PENSAMIENTOS
Y PAMPLINAS
Hay un dicho popular que dice: los libros tienen su orgullo, cuando se
prestan, no vuelven nunca. Parece ser que no ocurre lo mismo con las
películas. Una compañera de trabajo me devolvió esta mañana unos DVD que le
presté hace unos años. Cuatro títulos: El jovencito Frankenstein, El golpe, La
fiera de mi niña, y Gato negro gato blanco. Las cuatro son fantásticas y
figuran entre mis favoritas, pero no pude evitar ofrecerle inmediatamente a mi
reproductor de vídeo esta última. La deposité en su lengua y se la tragó como si de una
píldora se tratase (lo cual no siempre ocurre a la primera... No es que sea un
gourmet, sino que lo hace para poner a prueba mi paciencia, pienso yo).
La película es del director serbio Emir Kusturica, y se rodó en 1998.
"Un espejo.
Los muertos con
los muertos.Los vivos con los vivos.
Los hijos con sus padres.
Las madres con sus hijos".
Es el conjuro que el abuelo gitano repite
como un mantra para salvar a su nieto de una boda no deseada. –Te aseguro que
suspenderé la boda y será de un modo elegante –le dice al muchacho mientras levanta
el dedo índice.
Los animales son en buena parte el hilo conductor de la película. El ovillo de Ariadna que guía a los personajes por el laberinto de lo caótico. Así dos inseparables gatos observan el
ir y venir de los protagonistas de esta historia, y nosotros, como observadores de los observadores, los contemplamos a todos. –Esos gatos negros son mal augurio- opinan del animalito los gitanos de oscura piel.
Iluminado por una bella puesta de
Sol, un enorme cerdo devora la carrocería de un viejo coche. A lo largo de
la película iremos viendo cómo va devorando lo imposible ante nuestros atónitos
ojos, como una máquina devastadora, o como un inexorable acontecimiento que, por cotidiano, ya no
sabemos parar.
Y los ánsares adornan el Danubio... Esto lo digo por tres razones.
Primera: siempre he querido utilizar la palabra ánsar, que conocemos
gracias a los Autodefinidos Orión y que nadie utilizamos debido a su intrínseca naturaleza cursi. Segunda: No tengo ni idea si los “patos” que aparecen en la
película son ocas, gansos, o qué... Que yo seré inculta, pero no me gusta mentir.
Y tercera: lo cierto es que adornan el Danubio. Su blancura y movimientos son
de una elegancia absoluta, y los patitos amarillos nos llenan de ternura en
medio del caos reinante.
¿Y qué decir de la música y de los
músicos? La música es el pan de este bocadillo y los músicos la sal. La
orquesta irrumpe en un hospital, se deja atar a los
árboles para alegrar la fiesta, adereza las bodas, las idas y las llegadas, y siempre
es fiel a los acontecimientos, como la orquesta del Titanic. Hasta el acordeón
del abuelo esconde un tesoro... Hasta las grandes artistas internacionales que
sacan clavos sin utilizar las manos se atreven a cantar... Y la música los hace
danzar y girar a todos en un remolino alegre y despreocupado.
El argumento se desarrolla a orillas
del río. Un grupo de gitanos serbios trapichea con las mercancías que el agua
transporta en barcazas mientras contemplan los impresionantes barcos crucero. Zare es un adolescente que vive con
su padre, que es un contrabandista turbio y tramposo que pretende robar un tren
cargado con bidones de gasolina, y junto a su abuelo, un patriarca octogenario
que posee una cementera a la que llama Planta
de Chorreado.
Por otro lado, la joven y rubia Ida vive con su abuela, una anciana gitana que regenta un restaurante a orillas del río. Y claro, Zare e Ida se enamoran.
También tenemos otro patriarca amigo del primero. Este se mueve en una silla motorizada y ve una y otra vez la película Casablanca desde una gran cuna que lo mece adornada con cachivaches y abalorios. -Louie, I think this is the beginning of a beautiful friendship –recita el abuelo con gran entendimiento. Tiene dos hijos: un gigantón con cierto parecido a Juan Luis Guerra y un flemático y gordito adolescente que no se separa de él.
Por otro lado, la joven y rubia Ida vive con su abuela, una anciana gitana que regenta un restaurante a orillas del río. Y claro, Zare e Ida se enamoran.
También tenemos otro patriarca amigo del primero. Este se mueve en una silla motorizada y ve una y otra vez la película Casablanca desde una gran cuna que lo mece adornada con cachivaches y abalorios. -Louie, I think this is the beginning of a beautiful friendship –recita el abuelo con gran entendimiento. Tiene dos hijos: un gigantón con cierto parecido a Juan Luis Guerra y un flemático y gordito adolescente que no se separa de él.
En el lado oscuro contamos con un mafioso cocainómano que se encarga de estafar, controlar y deshacer a su antojo, a la vez que se rodea de una corte de chicas y de truhanes que provocan más risa que espanto. El mafioso se
llama Dadan y tiene tres hermanas. Dos de ellas son como las hermanastras de
Cenicienta, y la tercera es una pequeñísima y pecosa muchacha a la que llaman Afrodita.
Entre trapicheos y bodas la vida se va desarrollando mientras el desbarajuste general nos provoca espanto y su libertad nos llena de una secreta añoranza. Porque esta gente estará loca... pero es tremendamente libre.
Y como no puedo contarles más porque sería de mal gusto, me limito a decir que el paseo amoroso de
los adolescentes entre los girasoles, y el encuentro entre el gigantón y la
pequeña Afrodita Carambolo escondida en el tocón de un árbol son algunas de las escenas más bonitas y entrañables de la
película.
Por cierto, me encanta la
góndola que Emir Kusturica regala a los jóvenes novios.
Mucho mejor que juntarse con cuatro planchas, ¿no?
No se la pierdan. Se reirán y aprenderán cosas. Happy end...
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