CIUDAD REAL DIGITAL
Barricada Cultural
30/12/2013
Por Eva Martínez Cabañas
Generalmente cuando hablamos de consumo, también solemos acabar hablando de bombillas, ya que son símbolo de nuestra moderna era, de fragilidad, y de obsolescencia programada.
En el parque de bomberos Livermore-Pleasanton, ubicado en la ciudad de Pleasanton, California, existe una bombilla de 4 vatios de potencia que se fabricó en el municipio de Shelby en 1895, y que lleva nada menos que ciento doce años sin apagarse, desde 1901. Se la conoce como La Bombilla Centenaria, y se calcula que lleva unas 800.000 horas funcionando. La bombilla se puede ver a través de la webcam de la página www.centennialburb.org. Desgraciadamente nuestras modernas bombillas duran poco. Y conocemos la causa.
El opaco término de obsolescencia programada forma parte de nuestras vidas de una manera generalizada, y hace referencia al diseño premeditado de un producto con el fin de que su vida útil sea corta y se estropee pronto. Así necesitaremos otro, volveremos a la tienda para reemplazarlo y el fabricante ingresará más dinero en sus insaciables bolsillos sin fondo. Estamos hablando de lucro económico del tamaño de un agujero negro y del mecanismo velado que pone en funcionamiento nuestra sociedad: ¡Compren, señoras y señores, compren!
La obsolescencia programada o planificada también hace referencia al deseo del consumidor de poseer algo un poco mejor y más nuevo antes de lo realmente necesario. Para ello nos ofrecen versiones mejoradas de los productos, y publicidad abundante con el objetivo de provocar el deseo del comprador y crearle nuevas necesidades.
Lo curioso es que si buscamos en el diccionario la palabra Consumir encontramos: “Del latín consumere. Destruir, extinguir. Utilizar comestibles u otros bienes para satisfacer necesidades o deseos”. Entonces, si en principio la palabra tenía connotaciones de uso hasta llegar a su extinción, o de ingesta de alimentos, ¿cómo a llegado a ser sinónimo de gasto frívolo? La respuesta es sencilla: se nos adoctrina para que pensemos que comprar mucho es lo adecuado en nuestra “sociedad de consumo”. Sin embargo, esto no es nada beneficioso para el ser humano ni para el medio ambiente.
Antes de la década de los años veinte del siglo pasado, muchas empresas norteamericanas presumían de que sus productos eran los mejores del mercado. Su objetivo era que durasen lo máximo posible y estaban orgullosos de ellos.
Los orígenes de la obsolescencia en los productos se sitúan históricamente durante la Gran Depresión de finales de los años veinte y principios de los treinta, a raíz de un folleto del comerciante Bernard London donde se culpabiliza de la crisis económica a los consumidores, quienes desobedecen “la ley de caducidad”, usando sus coches viejos, radios viejas y ropa vieja mucho más de lo que los estadistas habían esperado. London desarrolló este concepto en su libro The New Prosperity. En el primer capítulo propone que todos los productos tengan una vida limitada y con fecha de caducidad, después de la cual se consideren legalmente muertos y deban ser entregados para su destrucción. Y dice este señor: “Hay tanta riqueza en existencia, como en tiempo, pero la gente no la visualiza. La riqueza, como el bien, deben ser digeridos por los seres humanos para ser capaces de vivir, la función y la creación en otras palabras, para producir más riqueza. Si queremos adquirir nuevas riquezas, las líneas de provisión deben ser drenadas a fin de que los productos nuevos puedan entrar. Si hay bienes que sobren en las líneas, la nueva oferta debe forzar la salida”.
El plan de London pasó inadvertido y la obsolescencia obligatoria nunca se puso en marcha, pero en los años cincuenta, se vuelve a recurrir a ella, y esta vez, aunque no obliga, seduce (que es sin duda más eficaz). Y es entonces cuando empiezan a tomar importancia factores como el diseño, la publicidad, el ajuste de costes del fabricante y la compra a crédito. Estos elementos cambiaron el concepto que se tenía de producto, ventas y beneficios económicos.
El diseñador de muebles y electrodomésticos Brook Stevens también defendió la obsolescencia programada y acusó a los comunistas de no contemplarla en su economía, la cual era “deficiente, falta de recursos y por lo tanto sin sentido”. Prueba de ello era que en Alemania las neveras y lavadoras debía funcionar durante veinticinco años. Aquello resultaba inaceptable.
En nuestros días, los aparatos electrónicos de uso habitual fallan a los pocos años, y en el servicio técnico nos dicen que resulta más rentable comprar uno nuevo que repararlos; ya que las piezas nuevas, el montaje y la mano de obra suelen ser costosos. Esto ocurre con componentes informáticos como impresoras, unidades de disco óptico, tarjetas, monitores, o microprocesadores. Sin embargo no ocurre con monitores, equipos de audio, reproductores de DVD, televisores y otros equipos que funcionan con sistema analógicos, ya que son reparables, aunque, si no recuerdo mal, cambiamos obligatoriamente de sistema analógico a digital hace unos años.
También existe obsolescencia en otro tipo de productos: Los bienes de consumo que dejan de estar de moda. Sus formas, colores, o materiales de fabricación denotan la temporada en que fueron adquiridos, y hay que remplazarlos para no parecer un “friki”. De la misma manera, parece que los laboratorios farmacéuticos también la introducen en sus medicamentos, reduciendo la fecha de caducidad de los fármacos con el fin de obtener mayores ganancias.
El sistema de producción actual genera un fondo de desechos y residuos descomunal, con una falta de gestión adecuada en su reciclaje que crea un aumento de falta de espacio donde poner la basura. Los países del tercer mundo están siendo utilizados como vertederos de productos inservibles, provocando desertización de paisajes y enfermedades graves debido a los componentes tóxicos de estos desechos. Gran cantidad de esta basura no es biodegradable y además suele ser contaminante, y me estoy refiriendo al plástico, polipropileno o baterías de plomo.
Pero afortunadamente algo se mueve en el útero de la economía...
Serge Latouche, célebre economista francés, y profesor emérito de economía de la Universidad de París-Sud XI, es partidario del decrecimiento como alternativa a los planteamientos erróneos de la teoría económica actual.
Latouche afirma que los ciclones son cada vez más frecuentes y graves a consecuencia del desajuste climático del planeta; y añade que el crecimiento es un concepto imposible de traducir a la mayoría de lenguas no europeas, ya que las sociedades humanas no imaginan meterse en una trayectoria en la que mañana sea más que hoy, y que más sea mejor. Lo más lógico es realizar el bien común o obtener satisfacción. Nuestra economía actual no contempla estos valores, y solo tiene como objetivo la obtención de beneficios económicos.
El economista francés también denuncia que si las personas se resisten a la persuasión de la publicidad y se niegan a cambiar los objetos que tienen, se volverán consumidores forzados, porque los objetos que se fabrican hoy en día duran poco y su reparación resulta más cara que adquirir uno nuevo. En cuanto al crédito, resalta que como opción de endeudamiento es una situación insostenible pero de la que no se dice nada. Y añade: “El decrecimiento es un eslogan hecho para romper de algún modo las voces dominantes de la ideología del crecimiento. Todos los problemas que conocemos, ecológicos, sociales, culturales, etc. son engendrados por el crecimiento. El decrecimiento es una manera diferente de pensar el mundo y escaparse de la economía”.
Una sociedad de decrecimiento implicaría un cambio de valores y mentalidad, una revalorización de los aspectos no cuantitativos, no mercantiles de la vida humana, y reestructurar el aparato productivo en función de otras formas de producción más ecológicas.
Algunas empresas, aunque pocas, parece que empiezan a tener consciencia de esto. Como ejemplo de ello, Philips Electronics ha ideado una luz LED de 6 vatios llamada Pharox 300 que dura más de veinticinco años, como una opción para disminuir las emisiones de dióxido de carbono y como alternativa al mundo empresarial en contra de la obsolescencia programada.
Y en la red social Facebook, se ha creado la página Movimiento SOP (Sin Obsolescencia Programada), que cuenta con más de doce mil seguidores y cuyo objetivo es cambiar el plantea por uno más sostenible, eficiente y ecológico.
Para saber más sobre el tema, os recomiendo los documentales “Comprar, tirar, comprar”, o “La historia de las cosas, la obsolescencia programada”, ambos producidos por TVE. Podéis encontrarlos fácilmente en Youtube.
Fuentes: Revista Historia y Vida, copyordiscard.wordpress.com, Wikipedia, United Explanations.org y Movimiento SOP.org
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