CIUDAD REAL DIGITAL
Barricada Cultural
12/05/2014
Por Eva Martínez Cabañas
La palabra moda procede de otra más antigua: la latina modus, que significa modo o medida. Sin embargo el vocablo posee otra connotación más subjetiva que implica una elección determinada con la que pertenecer a un colectivo. Es decir, según la ropa que escojo me identifico como punk, pijo, gótico, choni, rapero, fashion, quillo, friki, hippie, clásico, deportivo, casual, urbano, retro, chic, bohemio, vintage, ibicenco, tomby... y dejo la lista sin cierre porque se me acaba la tinta del calamar.
La moda es también una tendencia repetitiva que marca y modifica la conducta de una persona. Y es aplicada en masa, ya que si decidimos lo que nos sienta bien y nos gusta de una manera individualizada, la moda se disipa en el aire como humo de chimenea.
Este invento humano forma parte de la globalización del sistema social y del consumo de mercado, y es una forma de control que nos hace víctimas y consumidores implacables debido a nuestra propia inseguridad y hábitos. ¡Y no nos da la felicidad! Solo es capaz de proporcionarnos seguridad, y a ratitos, pero al cabo de un tiempo nos demanda más, y más. No es culpa de nadie. Está diseñada para eso.
Los objetos de marca nos hacen sentir privilegiados dentro del grupo, pero también nos ciegan en lo que se refiere a “ver” a los demás. Si el de frente no es como nosotros, no nos interesa (ese es un perro flauta, y aquella viste como una paleta de pueblo...) No es cool, ni tiene estilo... Y si no nos vemos, chocamos unos con otros. La moda se convierte entonces en separatista, alejándonos de lo que se sale del círculo, de lo que es distinto. Nos convierte en marionetas, en “muñecos de trapos” à la mode de Paris.
Y nos hace esclavos de la forma en que nos vemos a nosotros mismos. ¿No te has parado a pensar qué harías con la energía y tiempo que normalmente empleas en combinar tu atuendo, ver revistas y escaparates, ir de shopping, gastar lo que no te sobra y copiar o juzgar el aspecto de los demás? Sencillamente tendríamos más libertad para ser nosotros mismos. Y eso no le conviene a los que diseñan nuestra vida: ¡compren, compren! La moda nos lleva a desear lo que en principio no nos interesaba, nos hace envidiosos de otros más “estilosos” que nosotros, nos crea falsas necesidades y en contrapartida no nos hace sexualmente irresistiblemente. ¿O es que todavía no te has dado cuenta? Haz la prueba... ¿Quién es más sexy? ¿Tú, con un moño con relleno, bolso satchel y maquillaje de fiesta o un bombero cachas comiéndose un helado de chocolate? Ahhh... me quedo con lo segundo.
¿Os habéis parado a pensar que la depilación por láser o los pechos de silicona tienen hoy más importancia que la salud o el bienestar social? En esta sociedad de imágenes, se le abren más puertas a una huesuda modelo que a un científico cualificado ¿Es ese el mundo en el que queremos vivir?
¿Y para qué queremos ser chica o chico de portada? Todos son producto del fotoshop, el hambre o la cirugía, y jamás podremos ser iguales que ellos. Pongamos nuestra intención en Ser, y no en Parecer, ¿o acaso ya no recuerdas lo que te enamoró de tu pareja y amigos? No fueron las zapatillas de marca...
A pesar del interés que suscita la ropa y los complementos, y los altos precios que nos ponen por ellos las grandes casa de moda, lo cierto es nuestros ropajes cada vez tiene menos calidad y se fabrican al otro lado del mundo: Taiwan, Marruecos, China o la India. Ya que a los productores les sale más rentable que su ropa se fabrique en talleres clandestinos donde hombres, mujeres y niños del tercer mundo trabajan doce horas diarias a cambio de un salario precario y escasa seguridad laboral. ¡Y nosotros tan guapos con nuestra camisa de estreno!
El concepto de moda comenzó en el siglo XX, a partir de la revolución industrial. Con las nuevas maquinarias, los medios de producción crearon un exceso de producto que no era absorbida por la clase alta, y el capitalismo lo puso a disposición de la clase media y baja. Para ello convenció al pueblo de que necesitaba estos productos para ser feliz, y encontró en el marketing y la publicidad las herramientas perfectas para conseguir su propósito.
Si buscamos en el diccionario, encontramos que la palabra Consumir también tiene sus raíces en el latín, en el término Cosumere, y su significado es utilizar o gastar un producto o servicio para satisfacer una necesidad. ¿Cómo entonces ha llegado a ser sinónimo de comprar convulsivamente? ¿No tendrá que ver algo la moda, entre otras cosas?
La publicidad se encarga de crear el “deseo de tener” para sentirnos alguien mejor o más importante haciéndonos así dependientes de sus productos. Hasta tal extremo que, en las últimas décadas, se han desarrollado patologías consumistas que “adornan” un poco más nuestra desquiciada sociedad. Me estoy refiriendo a enfermedades como anorexia, bulimia u oniomanía, un trastorno psicológico cuyo principal síntoma es un deseo desenfrenado de comprar sin necesidad real.
Nos dicen los sabios que lo único que necesitamos para ser felices es que nos quieran, pero sin embargo no hay nada que nos separe más de los demás que la exclusividad. Querámonos a nosotros mismos, queramos a los demás y alejémonos de manipulaciones sociales que solo desean hacer un trasbordo de dinero de nuestro bolsillo al suyo.
¿Y qué me decís de los personal shopper? La definición literal de esta nueva profesión es Comprador Personal, así que si carecemos de buen gusto, no tenemos tiempo, o simplemente odiamos ir de tiendas, no debemos preocuparnos: tu personal shopper lo hará por ti. Paga, entrega tu poner a otro y sigue “consumiendo” ¡Pero suelta la pasta!
Todas estas reflexiones me llevan a decirte varias cosas, amiga mía: que estás igual de guapa con zapatillas de estar en casa, que podemos hacer otras cosas además de ir de compras, y que no me gustan esos zapatos de tacón que te martirizan.
Inteligente serpiente que mudas la ropa cuando se te queda pequeña, amorosa abuela que tejes mi jersey de lana en mi color preferido, valiente quinceañero que combinas los cuadros con las rallas: la moda no forma parte de tu vocabulario. Gracias por no poner puertas al campo. Siempre lo digo... ¡Abramos los ojos!
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