CIUDAD REAL DIGITAL
Barricada Cultural
08/09/2014
Por Eva Martínez Cabañas
Si
pensamos en vikingos nos viene a la cabeza la imagen de unos hombres rudos y
barbudos, con cuernos en la cabeza, cubiertos de pieles y navegando hacia el
horizonte en busca de tesoros ajenos. Estos nórdicos antiguos fueron
originarios de Escandinavia y todavía hoy no dejan de sorprendernos.
Carecían
de unidad política, saqueaban barcos, monasterios y poblaciones, y eran muy
violentos e imprevisibles. Se convirtieron en los mejores exploradores y
navegantes de la Alta Edad
Media, y fueron pioneros navegando en mar abierto.
Tenían
la bonita costumbre de escribir con runas, unos símbolos originados en la Edad del Bronce cuyo
significado es muy complicado de descifrar para las civilizaciones modernas.
Conservamos de ellos algunos restos de poesía escáldica, y sabemos que su
lengua y cultura eran germánicas. Los primeros monjes cristianos asociaban a
los vikingos con Gómer, nieto de Noé.
El
inicio de sus ataques e incursiones en Europa se ha registrado con el saqueo al
monasterio inglés de Lindisfarne en el siglo VIII. Era en estas construcciones
donde encontraban alimentos, valiosos recursos, techo donde cobijarse y monjes
de carácter pacífico. Los primeros vikingos eran paganos y adoraban a dioses
que representaban las fuerzas de la naturaleza, pero con el paso del tiempo,
fueron convirtiéndose al cristianismo hasta que su era tocó fin en el siglo XI.
En
España, llegaron a Galicia y Asturias. Siguieron la costa atlántica hasta
Lisboa, tomaron Cádiz, y navegando por el Guadalquivir saquearon Sevilla
durante siete días. Fueron las tropas de Abderramán II quienes los echaron de
la ciudad hispalense.
El
mar era su principal medio de relacionarse, y su emblema el cuervo, tal y como
se refleja en el maravilloso tapiz de Bayeux. Maniobraban con facilidad sus barcos,
aprovechaban las corrientes oceánicas, y sabían interpretar los cambios de
temperatura del agua, la forma de las nubes, la migración de cetáceos y el
vuelo de los pájaros.
Sus
barcos eran de dos tipos. Los drakkars o dragones eran largos, estrechos, de
fácil navegación y muy útiles en el desembarco y transporte. Los snekars o
serpientes eran veleros de casco corto y amplio, lentos al navegar pero con gran
capacidad. Decoraban el casco de sus embarcaciones con escudos, y las velas con
colores y diseños llamativos que pretendían aterrorizar sus enemigos. El
cronista bizantino Procopio de Cesarea escribió en el siglo VI sobre los
vikingos: “En navegación no conocen estos bárbaros el uso de la vela, pues solo
utilizan los remos”. Sin embargo, influenciados pon los frisios empezaron a
utilizarlas en el siglo VII.
El
escritor árabe del siglo X, Ibn Fadlan, describió el sepelio de un jefe vikingo
en el sur de Rusia que fue enterrado junto a su barco, ajuar, animales
sacrificados e incluso una esclava que se ofreció a acompañar a su señor. En
Noruega y Dinamarca existen túmulos funerarios que atestiguan estos
enterramientos con naves.
Los
vikingos más célebres fueron Erik el Rojo, por colonizar Groenlandia, y su hijo
Leif Erikson, quien fue el primero en llegar a América a través de la ruta del
Oeste, mucho antes que Cristóbal Colón.
Estos
temibles guerreros navegaban en los oscuros mares boreales en los que el Sol
permanecía oculto durante días a causa de densos bancos de niebla, pero
disponían de un secreto para orientarse: la llamada Piedra de Sol. Se trataba
de un sencillo instrumento de navegación que impedía que se perdieran en la
neblina.
Estaba
fabricada en cordierita, un cristal mineral de calcita con propiedades ópticas
sorprendentes, ya que al colocarla en ángulo recto hacia el plano de luz
polarizada del Sol (que atraviesa las nubes y que no se aprecia a simple
vista), cambia de color. Así lograban localizar la posición exacta del astro
solar y mantener el rumbo. Probablemente los vikingos la encontraron en las
minas de Noruega y Groenlandia, y las utilizaron junto a relojes solares en sus
legendarios viajes.
La
cordierita fue descubierta en 1813 por el geólogo francés Louis Cordier, y en
la actualidad los catalizadores de los vehículos que reducen los gases nocivos,
se fabrican con una cerámica que cuenta con gran proporción de cordierita
sintética.
La
iolita es la variedad transparente de la cordierita, y se utiliza en joyería
como piedra semipreciosa. La palabra proviene del término griego ios, que
significa violeta, y su nombre antiguo es dichroite, que significa “piedra de
dos colores”. Por lo general es de un hermoso color azul púrpura, y es un
sustituto de bajo costo del zafiro. Se encuentra en abundancia en Australia,
Brasil, Birmania, Canadá, India, Madagascar, Namibia, Sri Lanka, Tanzania y
Estados Unidos.
La
cordierita e iolita poseen una característica denominada pleocroísmo, que es la
facultad que presentan algunos minerales de absorber las radiaciones luminosas,
presentando coloraciones diferentes dependiendo de como se orienten a la luz.
Este mineral también se conoce como zafiro de agua o brújula vikinga”.
En
1948 un equipo de investigadores húngaros encontró una brújula de cristal muy
antigua. Los historiadores no dudaron en atribuir su origen a los navegantes
vikingos.
La
conocida revista científica Proceedings of the Royal Society A: Mathematical, Physical
& Engineering Sciences ha publicado un artículo donde nos explica que el
mineral podía utilizarse incluso cuando el astro había pasado la línea del
horizonte, ya que la calcita de sus cristales reflejaba la luz ultravioleta. Como
en Escandinavia en pocas ocasiones oscurece completamente, la brújula también podía
ser usada de noche.
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