CIUDAD REAL DIGITAL
Barricada Cultural
09/02/2015
Por Eva Martínez Cabañas
Por si no se han dado cuenta, soy una exploradora… Por eso visto de beige, llevo buen calzado, y observo cuidadosamente los rincones que encuentro a mi paso. Como tengo buena vista, veo los peligros venir. Así que tenga presente que si trae el corazón abierto saldré a su paso, pero si su mal talante le precede, no dude que el manto verde de la selva me envolverá hasta hacerme mucho menos visible.
En mi foresta no gasto machete. Prefiero saltar los obstáculos a destruirlos con torpes y violentos cortes. Y en ocasiones los respiro suavemente hasta que traspasan mi cuerpo como humo de chamán. Solo algunas veces.
Y explorando, explorando busco raíces. No solo las mías, que se salen del tiesto como en las orquídeas, sino también las de árboles y matorrales, las de las patas de las sillas, las de mi pelo, las de familias históricas, raíces electromagnéticas con otros lugares, raíces que alimentan, raíces que conectan como micorrizas, y raíces que me vinculan a ustedes aunque solo sea con guasa y por WhatsApp.
De igual manera, sigo buscando oro a pesar de que sé dónde está. Un día encontré el tesoro y me lo tragué. Así de sencillo. No tenía suficientes bolsillos y los bancos no son de fiar, así que abrí la boca y llené mi estómago con doradas monedas, perlas de nácar, piedras preciosas, y preciosas piedras. Desde entonces, me siento mejor, y brillo en la oscuridad como los calamares de los abismos. Realmente es una experiencia fantástica.
En otros tiempos tenía una herramienta secreta: un pincel de pelillos y madera que untaba en exóticos aceites. Era mi varita mágica. Gracias a ella tendía vistosos lienzos a secar al viento. Cientos de docenas y miles de millones de sábanas donde coloreaba el mundo de día después de soñarlos de noche. ¿Quién quiere una obra de Marte? A su entera disposición…
Pero como todo se transforma, mi pincel amigo que olía a aceite de linaza y aguarrás del barato, un día se convirtió en espada. No sé cómo sucedió, pero acepté llevar mi nuevo instrumento a la cintura, envainado en cuero repujado y protegido con un triskel… Y apoyada la espada en la cadera, marcando el paso al compás de mi falda -que ni soy guerrera ni lo quiero ser-, me metí en la cocina a picar vegetales. Pero, ¿qué hago yo con una espada? Si la cojo con la mano derecha, con la izquierda me como una manzana. Eso sí, brilla porque es de plata. Así que la recargo de noche junto al móvil, con un cable conectado a la Luna, regalo de Monsieur de Bergerac. Y como los buenos caballos y las hermosas espadas no carecen de nombre, a mi As le busqué uno propio: Palabra. Que no muchos pueden presumir de hablar con la cintura a la vez que la garganta…
Desde entonces, si me llaman, algunas veces comunico; pero cuento… que cuento cuentos. Cuentos antiguos y cuentos sobre tiempo y verdades. Que mienten más que pesan y que me hacen reír. Cuentos para dormir y soñar. Largos como días con pan, playa y siesta. Cuentos de mazapán y de menta, y cuentos que saben a rayos.
Y desde que volaron las sábanas camino sobre la cuerda del tendedero. ¡Vengan a ver el espectáculo! ¡La mayor funambulista de la historia a una altura de 1,60 metros! Que no vean cómo pican las rodillas cuando se raspan al caer. Y cuando vuelo en la cuerda: río. Y cuando me caigo al suelo: lloro. Y no hay término medio… Nunca. O todo o nada. O fuera o dentro. ¡Maldita manera de ser! E-qui-libro…
Así que ya saben: soy una exploradora. Y en vez de perro tengo una caterva de gorriones bajo el salacot. Y es en este lugar donde escondo mis propios desasosiegos ¡como ahoga esta palabra! Y es que cultivo miedos de terciopelillo negro a 40º a la sombra, que me hacen sudar y resoplar. Miedos de toro negro y cuerno blanco; y miedos de huesos roídos y soñados, como sucesos pasados y futuros. Estos miedos los combato con flores y música de Savall, y los encierro en la jaula del techo de mi habitación en cuanto canta el gallito de la mañana. Y es que crear tiene su otra parte de la moneda: el miedo a lo creado. Si imaginas un monstruo tienes que encararlo. Si dibujas dragones, tendrás que alimentarlos…
Pero todo gratis y a su disposición, oiga. Pasen y vean… Aquí se comparte el pastel que expande la mente y el alma; los mundos elásticos que estiran su vida y la mía. Así comemos de la misma cesta de fruta, que a mí las cerezas lo mismo me adornan las orejas que me quitan el hambre.
Eso sí, pido al cielo más espacio… ¡por favor, más! Espacio donde respirar y correr. Espacio donde tener espacio para lo que quiera. Para sembrar estrellas en hileras o derramar la jarra láctea. Espacio hueco y azul marino donde pueda reunir o escuchar el eco de mi voz. ¡Deprisa, espacio!
Así que exploro el proceso creativo y el mismísimo miedo como parte de esa energía bruta que nos lleva a descubrir y utilizar la imaginación, que diría Eric Rolf. No tengo nada mejor que hacer. Una vez oí decir a Antonio López, el pintor: “En qué vas a poner el tiempo si no es en lo que te gusta”. Desde entonces, yo lo empleo en mí… y en usted, porque el estómago ya lo tengo lleno. Solo me queda arriesgar. Aquí y ahora. Hala… a vivir el misterio y la incertidumbre de ir sin machete, pero con la espada de cortar zanahorias.
Y como buen árbol que soy cuando no hago trabajos de exploradora, estiro las ramas de mi cuerpo de árbol y dejo entrar lo nuevo. Y observo el aire que mueve mis hojas, hace música de hojas y me muestra los huecos que existen entre las hojas ¡No se rían, una vez los descubrí desde la ventanilla de un autobús!
Y como no tengo nada más que decir, no saben cómo me gustaría dejar inconcluso este pequeño discurso con sentido de puertas para dentro. ¿Qué más añadir? Observo que en esta selva no hay leones. Nadie me obliga, no tengo por qué, y hasta me parece una dulce rebeldía salir por piernas sin dar explicaciones o escusas. Ah, genial. Como dice Jodorowsky: La magia es querer, osar, poder y callar. Esquise-muá-mé-ssié… Hoy no tengo coartada. Un abrazo. FIN.
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