Ciudad Real Digital
Barricada Cultural
29/04/2013
A veces tengo historias en el corazón que huelen a aguarrás y a petróleo. Y en esas ocasiones no sé muy bien cómo sacarlas fuera sin desfribrilador ni sangres que puedan asustar a quien escucha tras el viejo espejo de azogue.
Y sin embargo, acaba soplando un viento del Este que arrastra las palabras a saber qué lejano destino. Es una suerte de viento, de libertad y de refresco de fresas que me lava por dentro y me devuelve la calma. Y funciona siempre.
Es por eso que hoy, siempre con vuestro permiso, quiero contar la historia de algunas hadas. Y es que algunas hadas viven lejos del bosque y se maquillan temprano porque trabajan en oficinas donde las macetas sustituyen a las secuoyas y la radio suplanta a bilas y arpas entre papeles y rutinas. Y estas hadas caminan de puntillas entre codazos y malas palabras preguntándose en qué lavandería dejaron su alfombra voladora.
Algunas hadas recuerdan sueños de otros tiempos y verdes praderas donde corrían sobre potros y unicornios. Y se preguntan qué pasó alrededor. Y lloran secretas lágrimas marinas. Y no saben cómo se multiplicaron los que mienten con mirada de plástico. Y es que algunas hadas tienen televisión. Y cierran la ventana porque no les gusta el cuento. Y se preguntan dónde quedan los valientes caballeros, las sabias hechiceras y los acuerdos adoptados en la redonda mesa de Arturo, el Justo.
Por suerte, algunas hadas no están solas, y se agrupan para intercambiar sortilegios y risas que les devuelvan la fuerza y el eje gravitacional que las mantiene erguidas. Y se cuidan las unas a las otras respirando secretos de solsticio. Y engullen bolitas de verde esperanza y nutricios momentos que les recuerdan que la vida es un largo camino o un breve suspiro, según los ojos que miren.
Pero, a pesar de ello, algunas hadas no tienen piernas. Y si las tienen les duelen. Y no saben bien de algunas cosas terrenales porque solo disponen de alas. Alas etéreas y vibrantes que no surcan prados ni montañas, pero aletean ilusionadas coloreando mundos al compás de un abanico.
Es por eso que hoy, siempre con vuestro permiso, quiero contar la historia de algunas hadas. Y es que algunas hadas viven lejos del bosque y se maquillan temprano porque trabajan en oficinas donde las macetas sustituyen a las secuoyas y la radio suplanta a bilas y arpas entre papeles y rutinas. Y estas hadas caminan de puntillas entre codazos y malas palabras preguntándose en qué lavandería dejaron su alfombra voladora.
Algunas hadas recuerdan sueños de otros tiempos y verdes praderas donde corrían sobre potros y unicornios. Y se preguntan qué pasó alrededor. Y lloran secretas lágrimas marinas. Y no saben cómo se multiplicaron los que mienten con mirada de plástico. Y es que algunas hadas tienen televisión. Y cierran la ventana porque no les gusta el cuento. Y se preguntan dónde quedan los valientes caballeros, las sabias hechiceras y los acuerdos adoptados en la redonda mesa de Arturo, el Justo.
Por suerte, algunas hadas no están solas, y se agrupan para intercambiar sortilegios y risas que les devuelvan la fuerza y el eje gravitacional que las mantiene erguidas. Y se cuidan las unas a las otras respirando secretos de solsticio. Y engullen bolitas de verde esperanza y nutricios momentos que les recuerdan que la vida es un largo camino o un breve suspiro, según los ojos que miren.
Pero, a pesar de ello, algunas hadas no tienen piernas. Y si las tienen les duelen. Y no saben bien de algunas cosas terrenales porque solo disponen de alas. Alas etéreas y vibrantes que no surcan prados ni montañas, pero aletean ilusionadas coloreando mundos al compás de un abanico.
Alas con agujeros... pero alas.
Y esas hadas cojitas, como el camello de Gloria, solo quieren aire limpio y correr por la plaza. Y comer pasteles con los suyos. Y encontrar un hueco por donde colarse tras los conejos sin necesidad de preocuparse por miedos y otros agobios que roban el hálito de los pulmones.
Por eso, algunas hadas se llevan las manos a la cabeza y se preguntan cuál es la puerta correcta. Y algunos días sacan una rabia negra de petróleo y aguarrás sin saber muy bien de dónde pudo salir, y la dejan gotear a su paso en espera de que el sueño nocturno les devuelva las flores robadas.
Aún así, a algunas hadas cojas les florecen las orquídeas, se les multiplican los besos y saben prescindir de lo no valioso simplemente porque son hadas. Y tienen la certeza de que lo denso pasará y que, a pesar de no tener piernas de atleta o hermosa cola de sirena, tienen los ojos del color de la luz y las emociones que reflejan. Siempre gratis y para casi todos. Y esas hadas saben que de un laberinto se sale por donde se entró, pero que también se puede salir de él volando. Como las mariposas. Como los pájaros. Como las pelusillas que flotan. Y eso es valioso.
Y es que tengo muchos deseos que pedir al genio de la botella: Que las hadas vuelen alto, que la primavera restaure lo perdido y que la hiedra quiebre el cemento y los viejos sistemas. Que la alegría regrese, como los que se marcharon. Que los jóvenes olviden futuros posibles y vivan ahora su presente, porque son herederos de Merlín. Que las nuevas ideas germinen en buena tierra para el bien de todos. Y como diría el caballero Amancio: Que mi justicia sea la de los fuertes; que mi fuerza sea la de los justos...
Y dicho esto, me marcho con el viento. Gracias por escucharme con los ojos.
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