CIUDAD REAL DIGITAL
Barricada Cultural
02/06/2014
Por Eva Martínez Cabañas
Nos
enseña Stefano Mancuso, profesor y biólogo de la Universidad de
Florencia que “Si se define la inteligencia como la capacidad de resolver
problemas, las plantas tienen mucho que enseñarnos”.
La
vida de nuestro planeta se sustenta gracias a la fotosíntesis que realizan las
algas en el agua y las plantas y árboles, en la tierra. Cada año, estos
organismos fijan unos 100.000 millones de toneladas de carbono, y además nos
sirven de alimento, nos proporcionan muebles, papel, calor... Está claro que sin
ellas no podríamos vivir, y sin embargo las conocemos y valoramos muy poco.
Así
que es posible que el escritor y periodista Alphonse Karr tuviese razón al
afirmar en el siglo XIX: “La botánica no es una ciencia; es el arte de insultar
a las flores en griego y latín”. Bromas aparte, ya aseguraba Charles Darwin que
las plantas son más inteligentes de lo que se suele pensar y les dedicó su
libro “El poder del movimiento de las plantas”.
En
la actualidad, el biólogo israelita Daniel Chamovitz, de la Universidad de Tel
Avid, nos dice que las plantas poseen un vocabulario sensorial mucho más amplio
de lo que podemos percibir, ya que pueden oler la madurez de sus propias
frutas, recordar sucesos pasados, distinguir entre diferentes formas de ser
tocadas, y saber cuándo alguien se acerca. Y han evolucionado, adaptándose como
sistema sensorial complejo, al no poder escapar ante un peligro o ir en busca
de agua.
Opina
Chamovitz: “Un olmo tiene que saber si su vecino es el que genera sombra bajo los
rayos solares, para así lograr encontrar su propio camino y crecer hacia la luz
que está disponible. La lechuga tiene que saber si hay pulgones hambrientos a
punto de comerla a fin de que pueda protegerse as sí misma produciendo
sustancias tóxicas. Un árbol de abeto tiene que saber si los vientos que soplan
están sacudiendo sus ramas para que su tronco crezca más fuerte. Los cerezos
tienen que saber cuándo florecer”. “Esta fascinante mirada al interior de lo
que es la vida de una planta, abre una nueva perspectiva sobre nuestro propio
lugar en la naturaleza”.
De
la misma manera, Jagadish Chandra Bose, físico y botánico bengalí que vivió en
los siglos XIX-XX, que midió la respuesta de las plantas a diversos estímulos y
sentimientos. Para ello utilizó un crescograph (un dispositivo que mide su crecimiento
mediante una serie de engranajes y una placa de cristal ahumado que graba el
movimiento), y concluyó que las plantas crecían más rápido al someterlas a
ciertos tipos de música.
Inspirado
por él, a un agente americano de la
C.I .A. especializado en interrogatorios en la década de los
60 y llamado Cleve Backster, un día decidió conectar una planta a un polígrafo.
Este aparato, también llamado detector de mentiras o máquina de la verdad, es un
instrumento de medición utilizado para el registro de respuestas fisiológicas
que registra las variaciones de la presión arterial, el ritmo cardíaco, la
frecuencia respiratoria y la respuesta galvánica de la piel ante determinadas
preguntas que se realizan al sujeto sometido a prueba.
Backster
comprobó un cambio en la resistencia eléctrica cuando la planta, una caña de
Dracaena, recibía agua. El detector de mentiras emitía una señal cuyas
características se interpretan en los interrogatorios como una muestra de
bienestar o satisfacción. Asombrado, decidió seguir investigando y quemó la
planta: el polígrafo reflejó dolor.
Repitió
el experimento en diversas situaciones y obtuvo resultados similares. Así que
hizo pruebas cada vez más complejas. Para ello pidió la colaboración de seis
estudiantes, solicitándole a uno de ellos que matara a una planta en presencia
de otra cuando la sala estuviese vacía. Ni Backster ni los cinco alumnos
restantes debían saber quién lo había hecho. Así se hizo. El agente de la C.I .A. hizo entrar a sus
ayudantes de uno en uno mientras la planta superviviente estaba conectada al
polígrafo, y esta mostró una serie de trazos enloquecidos cuando entró el
culpable.
El
investigador también comprobó que la planta emitía señales de dolor cuando se
le cortaba una parte, lo que le sirvió para teorizar que la percepción en los
vegetales se produce a nivel celular. Al realizar un experimento con
crustáceos, descubrió que las plantas emitían la señal de dolor al inicio de un
ataque, pero que esta desaparecía cuando los ataques se hacían repetidos, como
si las plantas se acostumbraran al daño causado o tuvieran algún mecanismo de
defensa.
El
psicólogo ruso Benjamin Puskin quiso contrastar los estudios de Backster, pero
sin utilizar el polígrafo, por lo que aplicó un aparato que medía la actividad
cerebral. El resultado fue idéntico. Los mecanismos eran desconocidos, pero la
comunicación celular de las plantas era innegable.
El
fenómeno mostrado por Backster se ha denominado percepción primaria. Los resultados de sus estudios se publicaron
en el Diario Internacional de Parapsicología en 1968. Lamentablemente, la
teoría de Backster no fue aceptada en la comunidad científica por no haber
seguido el método científico. Backster popularizó su trabajo con los libros La vida secreta de las plantas y Percepción primaria: Biocomunicación con las
planas, los alimentos vivos y las células humanas. Apareció en varios
programas de televisión, realizó entrevistas y, por supuesto, puso muy de moda
las plantas de interior.
Y
dijo: “La parte más interesante de todo esto puede haber comenzado con las
plantas, pero terminó con las células humanas. Al tomar una muestra de células
humanas en un tubo de ensayo y probando de forma remota, las células están en
sintonía con el donante, y esto para mí es increíble; quiero decir que esto
tiene todo tipo de consecuencias”.
Actualmente,
la presencia de actividad eléctrica en las plantas se acepta cada vez más. Los
biólogos han descubierto que exhiben señales que se parecen mucho a la
actividad neuronal de los animales.
Existen
otros estudios que aseguran que las plantas “hacen matemáticas” para seguir con
vida, y que algunas especies ajustan la cantidad de almidón que consumen para
evitar el hambre durante la noche, que pueden oírse entre ellas, o que utilizan
mecanismos desconocidos para detectar otras plantas.
La
inteligencia del reino vegetal exhibe una serie de conductas que apuntan a un
comportamiento complejo: comunicación en redes (micorrizas), o utilización de
aliados (simbiosis), e incluso se plantea de manera seria la existencia de
telepatía entre ellas.
También
se comunican con los insectos, se defienden (cuando son atacadas envían señales
químicas volátiles a otros miembros para que generen defensas contra los
invasores, o producen toxinas o químicos que provoquen mal sabor a los
herbívoros), poseen memoria (recuerdan los efectos de una sequía, por ejemplo y
toman medida para evitarlo), producen químicos al observar ciertos cambios en la
luz, y se comunican ente ellas.
Así
mismo, registran el paso del tiempo. Se han identificado una serie de proteínas
que responden a la cantidad de luz a las que son expuestas. Cuando reciben
suficiente luz en un ciclo de 24 horas, estas proteínas emiten una señal que
activa el ciclo de florecimiento. Además no importa dónde se las coloque,
siempre dirigen sus raíces hacia abajo, hacia la tierra. Probablemente perciben
la gravedad, y utilizan el camuflaje y modifican su tamaño en búsqueda de luz.
Y
crecen de manera diversa en respuesta al sonido. La bióloga Monica Gagliano,
investigadora del Centro de Biología Evolutiva de la Universidad de
Western, en Australia, estudia la comunicación entre vegetales y recientemente
ha publicado un estudio sobre los sonidos que emiten las raíces del maíz junto
al botánico Stefano Mancuso y al nanobiólogo Daniel Robert. Este equipo de
investigación utilizó un microescaner láser con un vibrómetro Doppler para grabar los sonidos “clicks”
que emiten las raíces del maíz, comprobando que las raíces de las plantas
cercanas se inclinan hacia esos sonidos cuando los científicos los reproducen.
Nos
cuenta la doctora Gagliano: “Un día estaba trabajando en mi huerta y me
pregunté si las plantas serían también sensitivas al sonido, y me dije a mí
misma ¿por qué no?”
Actualmente
sabemos que todo lo que existe en el universo vibra y produce sonido, si el
medioambiente permite la transmisión de las ondas sonoras. Las frecuencias con
las que se comunican árboles y otras plantas (infrasonidos y ultrasonidos) no
entran en el rango auditivo humano, que es aproximadamente de entre 20 a 20.000 ciclos por
segundo. Y en términos energéticos, a una planta le cuesta mucho menos emitir
sonidos que señales químicas. Las plantas poseen sensores auditivos o de
vibración, y la membrana de sus células vegetales reacciona a la vibración,
como las nuestras.
Décadas
después de que la ciencia no tomara en serio a Cleve Backster, los hallazgos de
Monica Gagliano han sido calificados de científicos por las revistas más
respetadas.
Y
de la misma manera, un equipo de investigación de la Universidad de Oxford,
Reino Unido, nos anunciaba que el césped y las plantas de guisantes saben
cuándo las plantas vecinas se están quedando sin agua y cierran los poros en
sus hojas. Solo después de unas horas los vuelven a abrir cuando perciben que
la sequía no ha llegado hasta ellas.
En
cuanto a tradiciones milenarias, hay que añadir que los chamanes de numerosas
tribus indígenas sostienen que las plantas pueden comunicarse con las personas,
ya que al ingerirlas o entrar en contacto con ellas pueden enseñarnos cosas. De
la misma forma, y a través de un ritual, pueden comunicarnos con espíritus
ancestrales desde una perspectiva dimensional superior sobre la experiencia.
Recientemente
surgió un movimiento en Japón a partir de un grupo de pescadores, quienes se
preguntaban por qué de pronto los peces habían desaparecido del océano.
Descubrieron que varios años antes se había talado un gran número de árboles en
la montaña, y encontraron una conexión entre la tala y la disminución de la
pesca. El proyecto se llama Planta un
bosque para cosechar un océano, y persigue replantar los árboles talados
para hacer regresar a los peces.
Si
después de todo esto no volvemos a casa con una maceta bajo el brazo, es que no
tenemos corazón... Para saber más, en YouTube podemos encontrar el video
subtitulado en español Stefano Mancuso –
The roots of plant intelligence el
video de Eduard Punset Redes. Las raíces
de la inteligencia de las plantas.
Fuentes:
Ben Bendig, La Gran
Época, Wikipedia, Lo que ignoras, Vivos y Despiertos, Bianca Atwell: Proyecto
Uniendo la ciencia con el arte, Siente Hamor, Redes y Stefano Mancuso.
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