CIUDAD REAL DIGITAL
Barricada Cultural
16/06/2014
Por Eva Martínez Cabañas
Me
recuerdo de niña jugando con mis hermanos a “los toros”. Mi misión consistía en
abrir el toril, el pasillo de mi casa, para después esconderme aterrorizada detrás
de la puerta, ya que el enorme toro que aparecía tras ella me paralizaba la sangre,
que era mi hermano, tres años menor que yo y con los dedos en las sienes a modo
de cuernos. Qué miedo pasaba.
Y
así comenzaba la lidia. Mi hermana agitaba nuestra preciada toalla roja, que
también nos hacía las veces de capa de Supermán, y toreaba con valentía, a
pesar de que, en ocasiones, acababa saltando a un sillón para salvar la vida. Yo
también me encargaba de la música de nuestro espectáculo, pero me negaba a
arrastrar el cuerpo muerto del animal, ya que a menudo resucitaba
inexplicablemente arremetiendo contra nosotras.
Decía
el filósofo José Ortega y Gasset: “La historia del toreo está ligada a la de
España, tanto que sin conocer la primera, resultará imposible comprender la
segunda”.
Me
parece que el espectáculo taurino es bello en sus formas y protocolo: el traje bordado
en oro o plata, la redonda plaza, gradas divididas entre Sol y Sombra, el
gallardo paseíllo, aplausos, la merienda con bota de vino, los músicos tocando con
vocación de orquesta sinfónica, la montera lanzada al aire, un experto
comentarista, el blanco pañuelo que premia, o las medias rosadas, siempre del
mismo color aunque desconozco la razón.
Pero
sin duda, lo que más me gusta es su lenguaje. Nuestro día a día está repleto de
bombones rellenos de expresiones taurinas: A mí no me torea nadie, entrar al
trapo o escurrir el bulto, a las primeras de cambio, acoso y derribo, ser un
figura o salir por la puerta grande, coger al toro por los cuernos, dar la
alternativa a alguien, ver los toros desde la barrera, apretarse los machos, a
toro pasado, crecerse ante el castigo, ser de aúpa, dar la espantá, ser de
bandera o estar hasta la bandera, ¡música, maestro!, ponerse el mundo por
montera o pinchar en hueso, cambiar de tercio, cortarse la coleta, ser de
casta, que nos coge el toro, la hora de la verdad, estar en el arrastre, en
capilla, con permiso de la autoridad, de capa caída o al quite, dar un quiebro,
la puntilla o largas a alguien, tener duende, hacer un desplante, lanzar una
puya, si el tiempo no lo impide, no hay quinto malo, echar un capote a alguien
o pararle los pies, ir por la vida de farol, pasarse de castaño oscuro, ponerse
hecho un toro, rematar la faena, recibir una cornada o revolcón... y muchísimas
más.
Lo
poquísimo que sé de toros se lo debo a Ernest Hemingway. El periodista y
escritor estadounidense llegó a Pamplona en los años 20 del siglo pasado, vio
los Sanfermines y se enamoró del espectáculo taurino. Hemingway profundiza en
el ritual de las corridas, en su esencia y en la naturaleza elemental de la
vida y la muerte. Y dice “Todas las cosas que son capaces de despertar pasión
en su defensa, levantan igualmente pasión contra ellas”.
Y
es que el juego de los toros conlleva una pena terrible: el daño y la muerte de
un ser vivo. Es ahí donde mi admiración se vuelve incomprensión, ya que siento
con firmeza que el humano es hermano mayor de otras especies, y que es nuestra
elección y suprema magia saber cuidar de lo que nace, respira y hasta nos
alimenta.
No
voy a hablar de sangres ni otras barbaridades. Sin embargo me gustaría hacer
mención a algo que considero de suma importancia: el cambio. Si todo
evoluciona, si todo se mueve en el Universo ¿por qué nos cuesta tanto adaptar
nuestras costumbres? ¿lo hacemos por lealtad a las ideas de nuestros mayores? ¿y
no es mejor hacer un esfuerzo y modificar aquello que se nos quedó pequeño?
Decía
el poeta Gabriel Celaya: Soy un íbero, y si embiste la muerte, yo la toreo.
La
tauromaquia de nuestros vecinos portugueses se centra más en juegos de
habilidad y fuerza, e incluso se llevan a cabo corridas sin muerte y con banderillas
con velcro. Si los imitásemos ¿tanto se perdería en el camino? ¿o tanto se
ganaría? Parece que dan más miedo los cambios que los toros.
En
mi opinión, creo que es tiempo de dar gracias por lo vivido y cambiar los
viejos hábitos. Cuando algo se termina, también algo comienza... ¿Os imagináis
que no hubiésemos reemplazado a los gladiadores por deportistas?
Escribió
el poeta Miguel Hernández, quien sabía poner magia a las cosas:
“Alza,
toro de España: levántate, despierta.
Despiértate
del todo, toro de negra espuma,
Que
respiras la luz y rezumas la sombra,
Y
concentras los mares bajo tu piel cerrada.
Despiértate”.
Así
pues, despertemos.
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