CIUDAD REAL DIGITAL
Barricada Cultural
19/08/2013
Cartas de Vindolanda
por Eva Martínez Cabañas
CARTAS DE VINDOLANDA
Hace mucho, mucho tiempo un emperador romano llamado Adriano ordenó a sus tropas levantar una muralla en una isla llamada Britania. Con ella pretendía defender el territorio que habían ocupado del ataque de los pictos, quienes se habían asentado en el Norte. Así que los soldados se pusieron manos a la obra. Piedra sobre piedra los sillares fueron apilándose. Y con el esfuerzo de todos, el orgullo del trabajo bien hecho (tal y como se supone al ejército romano) y el paso del tiempo, la obra llegó a tener un grosor de 2-3 m. y una altura de 3-5 m. extendiéndose hasta el horizonte como un dragón de piedra de más de 100 km. Se delimitaba así el poder del Imperio y se mantenía alejada a la legión de la desidia y la inactividad.
El muro de Adriano contaba con 14 fuertes y 80 fortines donde albergar puestos de vigilancia, un foso en el norte y un camino militar que lo recorría. Y, como no se fiaban del enemigo, también construyeron otro foso con dos terraplenes de tierra para evitar posibles ataques desde el Sur.
Por cierto, los pictos atravesaron el muro en tres ocasiones… Años más tarde, cuando el conflicto terminó, la muralla fue abandonada y los habitantes de la región reutilizaron muchos de sus sillares para construir iglesias o granjas. A pesar de todo, hoy en día se conservan importantes tramos de esta construcción, declarada por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad.
Pues bien, justo al sur de la muralla de Adriano, y cerca de la frontera moderna con Escocia, están las ruinas de uno de los fuertes. En una de las excavaciones se encontró escrito el hermoso nombre de la fortificación: Vindolanda. De este lugar se conservan las ruinas del cuartel general, la residencia del comandante de la guarnición, algunos barracones, letrinas, casas, tiendas, baños y templos; y se ha construido allí un museo con todos los objetos encontrados: calzado, joyas, monedas, armaduras y las preciadas cartas de Vindolanda: más de 750 fragmentos de tablillas postales.
Las tablas fueron halladas por el arqueólogo Robin Edgar Birley, para regocijo de todos, y actualmente son los documentos manuscritos más antiguos encontrados en Gran Bretaña. En definitiva, se trata de un par de finas tablillas de madera de abedul o aliso de la zona, unidas entre sí por una tira de cuero. Tras pulirse las superficies, se escribía sobre ellas con estilo de madera y punta de hierro; y con tinta negra hecha a base de carbón, agua y goma arábiga. La dirección de envío se escribía en la tabla exterior, y se sellaban los bordes de ambas con cera. Estas antiquísimas cartas están escritas en latín y se han datado entre los siglos I y II.
Los documentos registran asuntos oficiales, así como correspondencia personal de soldados, familiares y esclavos. Entre todas ellas, destaca una invitación para una fiesta de cumpleaños, entre otras cosas porque está escrita por una mujer (Tab. Vindol. II 291).
“Saludos de Claudia Severa a Lepidina.
En el tercer día antes de los Idus de Septiembre, hermana mía, para el día de celebración de mi cumpleaños te hago llegar una cálida invitación para asegurarme de que vengas a vernos, y que hagas más agradable esta jornada con tu presencia.
Saluda de mi parte a tu Cerial. Mi Aelio y mi hijo os envían sus saludos.
Te esperaré, hermana.
Adiós hermana mía, mi alma querida, a quien deseo prosperidad y salud.
A Sulpicia Lepidina, esposa de Cerial, de parte de Severa”.
Las tablas originales se guardan en el Museo Británico, y sus textos se han traducido, transcritos y publicado hace unos años. Aquí tenemos otro ejemplo.
“Masculus a Cerialis su rey, saludos.
Por favor, mi señor, dame instrucciones acerca de lo que quieres que hagamos mañana. ¿Regresamos todos o solo la mitad? (líneas perdidas) …los más afortunados y me seguirán con buena resolución. Mis soldados no tienen cerveza, por favor, ordena que nos la manden”.
Las caligrafías son diversas y los emisores y destinatarios también son muy variados. Esto descarta el trabajo de escribas, tal y como vemos en las películas de romanos, y nos hace suponer que el nivel de alfabetización debía ser generalizado.
Toda esta correspondencia también nos ofrece numerosos datos de cómo vivían estas personas en el campamento fronterizo. Las tablas hablan al menos de 46 tipos diferentes de alimentos: especias, aceitunas, vino, miel, ostras… Algunas cartas hablan sobre el número de esclavos asignados a la casa del comandante, la organización del tiempo libre, las relaciones entre los familiares de los militares, las actividades del ejército (quiénes estaban de guardia, de permiso, en misión de exploración o de baja por lesión o enfermedad), así cómo de la organización logística del campamento y algunas órdenes de reparación de armas y fortificaciones.
La tablilla 261, inventariada con el número 86501, nos muestra el comienzo de una carta enviada a Cerialis por parte de Hostilius Flavianus, que seguramente estuvo allí como prefecto.
“Hostilio Flaviano saluda a su Cerealis.
Te deseo un año nuevo próspero y feliz”.
En la tablilla 265, inventariada con el número 87599, alguien informa a Cerialis que, de conformidad con él, realizará un sacrificio en Año Nuevo.
”A su Cerialis, saludos.
Tal como tu deseabas, hermano, he consagrado el día de las Kalendas con un sacrificio...”
Me imagino a los romanos y romanas del siglo II quitando la cera de su correspondencia con urgencia… ¡El correo! Carta de madera desde lejanas tierras conquistadas… Cartas como tesoros, que se guardarán durante años llegando a ser parte de las reliquias de la casa y la herencia familiar. Cartas con instrucciones urgentes, con un “te echo de menos” o resolviendo transacciones comerciales. Y sin atender a faltas ortográficas o errores gramaticales porque, en definitiva, lo importante es que lleguen a su destino y a la mayor brevedad posible. Cartas que nos llegan a nosotros, después de dos milenios y en pedacitos, envueltas en tierra, piedra y polvo de siglos dispuestos en fila india. Un puzzle de vestigios lejanos que nos ofrece sus secretos en cómodos fascículos para encuadernar en museos. Y es que solo las cartas a los Reyes Magos o a Papá Noel superan en belleza a las del castrum de Vindolanda, ¿no es así?
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