CIUDAD REAL DIGITAL
Barricada Cultural
09/09/2013
Yo sí creo a Marco Polo
por Eva Martínez Cabañas
YO SÍ CREO A MARCO POLO
Cuentan
que en el lecho de muerte de Marco Polo, su familia le pidió que confesase que
había mentido al contar sus fabulosos relatos sobre China. Marco se negó
diciendo: “Solo he contado la mitad de lo que vi”.
Y
es que sus historias atesoraban templos dorados, minas de rubíes, refinadas
cortes, sorprendentes costumbres y misteriosos objetos. Dicen que a su regreso,
Marco Polo introdujo en Italia algunos productos chinos como helados, piñatas, o
espaguetis. Pero a pesar de las novedades y riquezas que trajo consigo, los
venecianos del medievo lo tacharon de fantasioso.
El
padre y el tío de Marco, Nicolás y Mateo Polo, eran dos prósperos mercaderes venecianos
dedicados al comercio con Oriente en pleno siglo XIII. Ambos emprendieron un
viaje de negocios a Constantinopla siguiendo el itinerario de la ruta de la
seda. En aquel viaje llegaron a tierras gobernadas por mongoles, a quienes los
europeos llamaban tártaros. Como la presencia de extranjeros constituía un
hecho insólito en el territorio, el emperador mongol Kublai Khan los mandó
llamar. Por cierto, Kublai Khan era nieto del Gran Genghis Khan, quien unificó
las distintas tribus mongolas y conquistó China, Asia Central, Rusia, Irak,
Siria y Anatolia... Los Polo regresaron después de catorce años con riquezas y
una carta de Kublai Khan para el Papa, en la que solicitaba cien sabios
sacerdotes para que enseñasen el cristianismo en su imperio. Al regresar a
casa, Nicolás supo que su esposa había muerto tras dar a luz a su hijo Marco.
En
el segundo viaje a China, los hermanos Polo llevaron consigo al muchacho y la
respuesta del Papa. Los esfuerzos del pontífice católico para satisfacer los
deseos del khan fracasaron estrepitosamente: solo consiguió convencer a dos
frailes para viajar hasta Oriente, y en el camino abandonaron a los Polo fingiendo
estar enfermos.
El
jovencísimo Marco se preocupó en escribir un diario de la expedición. En su
escrito no se extendió demasiado en molestias personales, sino que narró con
detalle todo lo que llamaba su atención.
En
el golfo Pérsico pasaron por pueblos ocultos detrás de altas paredes de barro
para protegerse de los karaunas, unos bandidos que asaltaron la caravana de los
Polo en medio de una tempestad de polvo y arena. Marco relata que aquellos
hombres habían “adquirido el conocimiento de las artes mágicas y diabólicas,
merced a las cuales producen oscuridad… [de suerte que] las personas no pueden
verse unas a otras, de no estar muy cerca”. Muchos de sus compañeros
fueron “capturados y vendidos, y otros fueron muertos”. Marco, finaliza
la aventura diciendo: “Pasemos ahora a otras cosas”.
En
Badajshán (Tayikistán) escribe: “En esta provincia nacen las piedras preciosas
llamadas balax, que son bellas y de gran valor. Nacen en las rocas de la
montaña... El rey la manda horadar solo para él, y nadie puede ir a esa montaña
para buscar los balax, so pena de muerte; tampoco se pueden sacar del país… porque
si el rey permitiera extraerlas, llegarían a abundar tanto que perderían su
valor”.
En
Cachemira (India) habla de "carneros salvajes muy grandes, cuyos cuernos
miden sus buenos seis palmos. Con estos cuernos hacen los pastores
grandes cuencos para comer".
Con
la esperanza de evitar las regiones donde los cruzados y los musulmanes combatían,
la caravana se dirigió al norte. En el mar Negro, el muchacho se sorprende
al descubrir un manantial del que brotaban grandes cantidades de petróleo, “un
aceite que no se usaba como alimento, sino como ungüento para tratar la sarna
del hombre y el camello y para quemarlo en lámparas”.
Al
llegar a Mongolia, nos cuenta: “Los tártaros prósperos se visten con paños de
oro y seda, con pieles de cibelina, de armiño y de otros animales, siempre de
la manera más rica”. “Son valientes en la batalla, casi hasta la temeridad… Soportan toda suerte de privaciones, y [si es
preciso] pueden vivir un mes entero de la leche de sus yeguas y de las piezas
que por azar lleguen a cazar... Los
varones aprenden a pasar a caballo dos días con sus noches, sin desmontar; así
duermen mientras los caballos pacen. No hay pueblo en el mundo que los
supere en fortaleza ante las dificultades, ni de mayor paciencia en las
penurias de toda especie...” “Si las circunstancias lo imponen… pueden viajar
diez días sin encender una hoguera ni comer como es debido. Se alimentan
de la sangre de sus caballos; les abren una vena y beben de sus propias
monturas”.
Marco
adoptó enseguida las costumbres tártaras y aprendió a leer y conversar en
cuatro idiomas, llegando a ser consejero y emisario de Kublai Khan. Conoció así
las diferentes regiones chinas. Mientras, su padre y su tío se dedicaron a los
negocios y actuaron como consejeros militares del emperador.
Marco
describe así la ciudad de Kinsai: “Abundan las piezas de caza de todo género,
esto es, corzos, ciervos, gamos, liebres, conejos, perdices, faisanes,
codornices, gallinas, capones y tantos patos y ocas que no alcanzan las
palabras...” “Hay en todo tiempo, en dichas plazas, toda clase de hierbas y
frutas y, sobre todo, unas peras grandísimas que pesan cinco kilos cada una,
blancas por dentro como una pasta y olorosísimas. También hay duraznos
amarillos y blancos muy delicados… Cada día llega [del mar] gran cantidad de
pescado... y también abunda el del lago... de diversas clases según las estaciones
del año”.
A
Marco Polo también le impresionaron los baños públicos de agua sin calentar,
adonde los chinos concurrían a diario. Al parecer consideraban los baños
de agua fría “muy conducentes a la salud”.
También
describe los gremios de artesanos de Kinsai y señala que Kublai Khan no imponía
la antigua ley china según la cual todo hombre debía seguir ejerciendo el
oficio de su padre: “Cuando adquirían riqueza, se les permitía evitar el
trabajo manual, a condición de conservar el establecimiento en buen estado y de
dar empleo a personas que practicasen los oficios paternos”.
Con
el paso de los años la familia Polo empieza a plantearse el regreso. Marco
explica: “Cada vez estaban más empeñados en ello, [sobre todo] cuando pensaban
en la edad muy avanzada del khan, cuya muerte, de producirse antes de su
partida, podría despojarlos de aquella asistencia general, única con que
podrían contar para vencer las dificultades de un viaje tan largo…” “Así que
Nicolás Polo aprovechó la ocasión un día, al notar que el Khan estaba más
contento que de costumbre; se postró a sus pies y solicitó, en nombre propio y
de su familia, el gracioso permiso de Su Majestad para partir”. Por lo visto, el
khan contestó que “por la consideración que les tenía, debía decididamente
rechazar su petición”, así que los Polo se convirtieron en prisioneros.
Pero
la suerte se puso de su parte… A la corte llegaron unos emisarios solicitando
una nueva esposa para el rey de Persia, pariente del khan. Se eligió para ello
a la princesa china Kokacín. Los Polo escoltaron su caravana por tierra y más
tarde la acompañaron por mar hasta alcanzar su destino. Tan lejos de China, el
khan no tuvo más remedio que acceder a sus deseos y dejarlos partir. Por
cierto, cuando Kokacín llegó a Persia el rey había fallecido, por lo que decidieron
casarla con su hijo.
A
su regreso a Venecia, y tras veinticuatro años de ausencia, los Polo habían
adquirido “cierto matiz tártaro indefinible, tanto en el aspecto como en el
acento”, y fueron recibidos con tanto interés como incredulidad. Aunque
mostraron sus riquezas, la gente no creyó sus historias de princesas, joyas y
costumbres inimaginables.
Como
Venecia estaba en guerra, Marco se alistó como capitán de una galera y fue
capturado por los genoveses. En prisión relató sus historias a su compañero de
celda, el escritor Rustichello de Pisa. Cautivado con el relato, el escribano persuadió
a Marco para que pidiera a Venecia los libros de notas que había compilado
durante todos aquellos años. Así Rustichello escribió la historia y de paso agregó
algún que otro embellecimiento literario de su propia cosecha. El libro que
surgió de esta unión carcelaria se conoce en castellano como Los viajes de Marco Polo. Lamentablemente
el original se perdió, y las copias que circularon por Europa presentan contradicciones,
errores de traducción y exageraciones. Los Polo no
fueron los primeros europeos en llegar a China por tierra. Sin embargo, el
libro de Marco es el primer testimonio que tenemos sobre las costumbres de
la China del
siglo XIII y de sus países vecinos.
Tras
su liberación, Marco vivió en Venecia como un rico mercader. Se casó, tuvo tres
hijas y fue miembro del Gran Consejo de la República de Venecia. Falleció a los setenta años
de edad.
También
fue sin duda una celebridad gracias a sus relatos. Aún así sus conciudadanos lo
acusaron de “contar patrañas”. Y hoy en día todavía encontramos algunos
historiadores que piensan que Marco no llegó tan lejos en su viaje, y que solo
contó la información que escuchó de boca de otros. Los escépticos argumentan
que su relato falla, ya que no menciona la escritura china, los palillos para
comer, el té, los pies vendados de las mujeres o la impresionante Gran Muralla.
Sin
embargo, la mayoría de historiadores opina que Marco dijo la verdad, ya que
solo estuvo en la región norte de China y durante la dinastía Ming. En aquel
momento la muralla defensiva no se había terminado, lo cual explica que no la
mencionase. En cuanto al té, Marco convive con la élite gobernante mongola, la
cual no lo consumía demasiado, a diferencia de sus súbditos chinos. Sin embargo
sí hace mención a las bebidas preparadas a base de leche y típicamente
mongolas. Lo mismo ocurre con el tema de los pies vendados. Los mongoles no
vendaban los pies a las niñas. También quitan importancia a que no mencione la
escritura china, ya que muchos europeos la conocían gracias al comercio.
Pero
la polémica continúa… Los archivos chinos de la época no mencionan a Marco
Polo, a pesar de haber servido como emisario especial del Kublai Khan, lo cual
resulta insólito en aquel tiempo. Sin embargo, otros estudios concluyen que
Marco sí es mencionado en archivos chinos con el nombre de Po-Lo.
En
fin, debe ser que soy bastante crédula, pero si alguien de lejanas tierras me
regala mi primer helado, yo me creo la historia de su procedencia a pies
juntillas. Curiosamente, los avatares de los pioneros son difíciles de
“digerir” en cualquier siglo. A la mayoría de las personas les cuesta dejar
paso a lo nuevo y cambiar sus creencias, legado familiar la mayoría de las
veces. Y así, prefieren ignorar ideas diferentes antes que revisar las propias.
Así
que, en el día de hoy, me nombro a mí misma defensora de la verdad de Marco
Polo, el Veneciano. No se me ocurre nada mejor ni más honorable que hacer a
estas horas. Y es que me encanta Marco Polo. Es uno de mis personajes
históricos preferidos y además se parece a Gary Cooper. En casa tengo una vieja
película de 1938 que lo demuestra. Me ha gustado mucho recordar su historia.
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