CIUDAD REAL DIGITAL
Barricada Cultural
29/09/2014
Por Eva Martínez Cabañas
Hoy vamos a hablar de grandes catástrofes. De esas que nos gustan a
todos porque son duras de digerir, nos ponen el vello de punta, nos arrastran
hacia las emociones más bajas, e incluso nos alegran secretamente por no
habernos ocurrido a nosotros. Así que ahí vamos con dos desgracias a gran
escala, que ya nos dijo Séneca en el siglo I: “Con el fuego se prueba el oro.
Con las desgracias, los grandes corazones”.
Veréis, desde 2005 en lo alto del monte Colletto Fava, cerca de la
ciudad italiana de Génova, descansa en paz Hase, un conejo gigantesco de trapo
rosa que misteriosamente un día cayó del cielo.
No sabemos si pertenecía a alguna niña gigante que viva en otro planeta,
o si viajó en asteroide hasta que este chocó con nuestra atmósfera, pero sí que
el pobre se encuentra en mitad de la montaña con la mirada desorbitada y los
intestinos de trapo desparramados a causa de la brutal caída.
El colosal peluche mide 6
m . de alto, 60
m . de largo y está relleno de paja. Dicen los expertos
forenses que, al estar fabricado con materiales biodegradables, el tiempo, el
viento, la lluvia y el Sol lo irán deteriorando como a cualquier otra mascota
de trapo, y seguramente en el año 2025 ya no quedará nada de él. De hecho, a
día de hoy ya pueden apreciarse como por las costuras se le escapa el relleno. Se
me saltan las lágrimas...
También existe una leyenda urbana que asegura que Hase es en realidad una
escultura creada por un grupo de artistas austriacos llamados Gelitin, cuyos
miembros aman el Arte Relacional, que es una corriente artística que surge en
los años 90 prestando gran atención a las interacciones entre obra y
observador, y que además estos artistas poseen gran sentido del humor. Pero... Nooo.
Hase no puede ser una estatua... ¿acaso no veis que las estatuas no son blanditas
ni de color rosa? Además, para ver al conejo hay que subir 1.500 m . de monte. ¡Las
estatuas se ponen en las plazas! En Google Maps podéis contemplarlo gracias al satélite.
Sus coordenadas son 44 14´37.61¨N 7 46´10¨E.
En cuanto a la segunda catástrofe, os diré que ocurrió en 1992. Un buque
que había zarpado de Hong Kong rumbo a América tuvo una avería una noche de
tormenta en pleno Océano Pacífico, para que veáis que no es tan pacífico como dicen.
Como el barco se balanceaba furiosamente, algunos de los contenedores que
transportaba se desprendieron de sus amarras y cayeron al agua. Uno de ellos se
abrió y liberó su cargamento: nada menos que 29.000 animalitos de plástico para
jugar en la bañera.
Me imagino la alegría de delfines y focas... En fin, tortugas, patitos,
castores y ranas de 5 cm .
se encontraron de repente náufragos y a la deriva. Tan pequeños y tan solos...
El oceanógrafo estadounidense Curtis Ebbesmeyer aprovechó entonces para
estudiar las corrientes oceánicas y aplicar los resultados a problemas de pesca,
así que les ha seguido la pista por el Polo Norte y el océano Atlántico, e
incluso los ha recuperado en las playas, exhaustos por la experiencia. A su vez,
Ebbesmeyer ha colaborado con la policía en la investigación de varios
asesinatos, estudiando el movimiento de los cuerpos a la deriva a lo largo de
su última travesía.
Por si fuera poco, nuestro oceanógrafo también sigue el rastro de un
barco abandonado, a la deriva y cubierto de percebes que apareció en Estados
Unidos. El barco ha sido bautizado como “El intrépido”, y este se soltó de un
yate de lujo durante una tormenta en el Triángulo de las Bermudas allá por el año
2000.
Ya nos aseguró el inventor Benjamín Franklin: “El más desgraciado de los
hombres es aquel que no sabe soportar una desgracia”, así que sacaremos
fortaleza de lo acontecido, le pediremos a la vida que todo sea eso, y
procuraremos que no nos falte nunca buen humor.
Fuentes: Tejiendo el Mundo, Wikipedia, Xataka Ciencia, El Mundo.es.
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