CIUDAD REAL DIGITAL
Barricada Cultural
22/09/2014
Por Eva Martínez Cabañas
Leo en el periódico digital El País.com una noticia que me deja un
poquito desasosegada, que es una palabra que me gusta porque con solo
pronunciarla te deja un poco confusa, ahogadilla, como con necesidad de
respirar...
Y armo un triángulo imaginario. De los equiláteros. En un lado pongo el
mensaje del artículo, que habla de la capacidad que tienen los escritores de oír
hablar a sus personajes. En otro, coloco la capacidad de la ciencia de
etiquetar el “fenómeno” como alucinación auditiva. Y en el tercer lado pongo mi
capacidad de no sorprenderme ya de nada. Lástima. Con lo que a mí me gustaba
sorprenderme.
Como buena escritora o escribidora, que también significa decir cosas con
los dedos, me siento aludida y me intereso por el escrito. La parte que más me
gusta es esta: “A los novelistas se les suele conceder bula para hacer dos
cosas que al resto de población le son frecuentemente censuradas o provocan
alarma: mentir y escuchar voces”. Uy, muy interesante, pero difiero un poquito,
señores... Cuando se escribe no se miente, sino que se trae a esta realidad personajes
e historias que quieren Ser. Las ideas son cosas reales, y están a disposición
de todo aquel que sepa escuchar con atención. Los personajes de las novelas,
los objetos, las plantas, y hasta las piedras nos hablan ¿Acaso no les ocurre a
los inventores? ¿No sabe el mecánico donde está la avería solo con escuchar el
motor? Pregúntenle a Eric Rolf, que descubrió varios problemas en el Apolo XIV de
la NASA escuchando
su propia intuición.
Los escritores no oímos voces, sino que las sentimos dentro de nosotros,
que es mucho mejor. Los personajes te van susurrando como son, lo que quieren
decir, e incluso el tiempo que quieren permanecer en la novela. Algunos aparecen
cuando menos lo esperas, otros imponen su personalidad en el relato,
simplemente no tienen más que decir, o se convierten en tus amigos o incómodos conocidos
solo porque has sabido escuchar lo que tenían que decir.
Entonces, los escritores no oímos voces. Pero sí estamos locos.
A mí no me molesta. Y desde este pequeño espacio aprovecho para
solicitar paciencia y un poquito de buen humor a todos los que tienen que
convivir con nosotros. ¿No veis que los escritores locos también necesitamos
cariño?
“El novelista tiene una capacidad para la
empatía que lo puede volver más vulnerable (o más sádico): puede sintonizar la
radio de lo que piensa la gente a su alrededor, al menos desde la conjetura”, añade
la Universidad
de Durham en el artículo.
Acceder al campo bioelectromagnético de las personas no me parece algo tan
raro. Solo hay que prestar atención; es lo que siempre aconsejamos los locos:
escuchar. Pero reconozco que habrá quienes digan que esto es un cuento chino.
Me parece respetable.
Los novelistas, y los que no lo son, no tenemos capacidades auditivas
sobrenaturales, pero sí disponemos de sensibilidad para conectarnos con esta
radiofrecuencia electromagnética que emitimos todos, si así lo deseamos. Para
muchos, esta sutil conexión suele pasar desapercibida, pero todos tenemos la
facultad de conectarnos a ella. Prueben. Lo mismo acaban experimentándolo por
sí mismos.
Interpretar las cosas literalmente a veces impide comprender realidades
que van más allá de nuestros cinco sentidos básicos de percepción. Abrir un
espacio a ideas abstractas es una buena forma de ampliar el mundo de la física
newtoniana y descubrir que existen otras realidades que se nos presentan solo
cuando prestamos atención.
Expresar cosas muy sutiles mediante palabras y frases en ocasiones es
difícil. Sirva de ejemplo que llevamos siglos y siglos hablando del amor, y
todavía no sabemos ni definirlo en términos generales. Así, aunque los
personajes literarios tienen vida propia, no los oímos, pero sí que los
escuchamos, que no es lo mismo. No se preocupen demasiado por lo que intento
expresar, ¿no les dije que estoy loca?
El escrito periodístico continúa diciendo que “esta capacidad auditiva
puede resultar catastrófica, ya que Virginia Woolf se suicidó lamentándose de
las voces que escuchaba”. Pero bueno... “Otros genios ilustres supieron sacar
mayor partido de esta aptitud. Charles Dickens solía decir que ni siquiera
inventaba: los personajes se le aparecían y le chivaban las líneas de diálogo”.
¿Qué significa esto? ¿Qué Dickens era más listo que Woolf? Pero bueno... Sin
duda es más feo ser sensacionalista que sensacional.
Si les hablo del sentido común, del sentido del humor, o del sentido del
pudor ¿acaso los etiquetarían como alucinaciones extraordinarias? En fin, el
que tenga oídos que oiga, y el que tenga “escuchos” que escuche.
Al llegar la noche, la sincronicidad de la vida me hace sonreír. Pongo
un video prestado de la biblioteca: es la serie televisiva “Los pilares de la
tierra”. El guión está basado en la novela del escritor Ken Follett; y en el
capítulo, el aprendiz de cantero y la joven noble hablan sobre este tema. Les
transcribo la conversación:
“-Cuando trabajo oigo
voces.
-¿De quién? ¿Voces de
ángeles? ¿Eres como un santo?
-No. Voces que salen de
la piedra. Al tallarla ella me dice cómo hacerlo.
-¿Entonces la piedra te
habla?
-No, no la piedra, sino
lo que anhela ser. Sea un santo o una gárgola, o un rincón de la catedral. No
es necesario que tenga rostro. Puede ser la línea de un dibujo, o la curva de
un arco. No me habla con una voz, es más bien una imagen, pero es el sonido de
la imagen. Luego... No, no sé describirlo, lo siento. Solo sé que cuando mi
cincel golpea la piedra, esta se afina y canta una canción. Eso es. La canción
de lo que va a ser”.
Así es.
Para terminar, me gustaría añadir a este desahogo lo que opinaba otro
novelista. Decía Oscar Wilde: “No voy a dejar de hablarle solo porque no me
esté escuchando. Me gusta escucharme a mí mismo. Es uno de mis mayores
placeres. A menudo mantengo largas conversaciones conmigo mismo, y soy tan
inteligente que a veces no entiendo ni una palabra de lo que digo”.
Otro loco...
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