CIUDAD REAL DIGITAL
Barricada Cultural
26/02/2014
Por Eva Martínez Cabañas
Hace
poco un compañero de trabajo comentaba lo difícil que le resultaba hablar sobre
la muerte con su mujer e hija, quienes protestaban y cambiaban de tema ante tan
escabrosa conversación. El asunto no es agradable para nadie y, siguiendo el
hilo del título, he de decir que en definitiva no existe ninguna manera lógica
o razonable de morir, y que todas las versiones nos provocan miedo. Es por esto
que queremos vivir eternamente, a pesar de saber que la muerte es ley de vida.
Si
alguien se molestase en tipificar todas las maneras posibles de fallecer, la
lista sería interminable. Sin embargo, algunas de ellas nos hacen llevar una
sonrisa a los labios. Las situaciones en que la parca puede sorprendernos son
tan dispares que a veces nos obliga a tomarnos el asunto con humor, que no es
poco. La risa es un buen método de aceptación, por lo que me ha parecido buena
idea buscar algunos ejemplos.
Por
cierto, dicen que la diferencia entre el humor británico y el español radica en
que, mientras los ingleses se ríen de la muerte, los españoles nos reímos del
muerto. Pues que cada uno se ría como guste...
Calcas
fue un famoso adivino griego del siglo XIII a.C. a quien recordamos por ser
quien aconsejó la construcción del famoso caballo de Troya, y murió de una
forma bastante curiosa: Mientras plantaba unas viñas en su propiedad, un vecino
bromeó diciendo que no viviría lo suficiente como para beber el vino de
aquellas uvas. Cuando el fruto maduró, Calcas invitó al presunto adivino a verlo
beber el vino. Al levantar la copa, el vecino repitió su vaticinio y esto les provocó
tal ataque de risa que Calcas murió de asfixia tras varios minutos sin poder
respirar.
Esquilo,
dramaturgo griego del siglo VI-V a.C, decidió vivir fuera de la ciudad porque
el oráculo le vaticinó que moriría aplastado por una casa. Sin embargo, falleció por un golpe en la cabeza que le
produjo el caparazón de una tortuga que un quebrantahuesos soltó de sus garras
mientras volaba.
El
bueno de Arquímedes, matemático, físico, ingeniero, astrónomo e inventor griego
del siglo III a.C, murió a los setenta y cinco años de edad a manos de un
soldado romano, al que el sabio recriminó por pisar un problema matemático que
había dibujado en la arena y en el que se encontraba inmerso.
Marco
Licinio Craso, conocido como Craso el Triunviro, fue un general y político
romano de los siglos II-I a.C. conocido por vencer a Espartaco. Murió tras
perder la batalla de Carrae y ser forzado a beber una copa de oro fundido para
apagar así su sed de riquezas.
Plinio,
el Viejo, escritor, científico y naturalista romano del siglo I, murió de un
infarto mientras contemplaba la actividad del Vesubio y respirabas sus gases
tóxicos. En aquella época nadie había oído hablar de volcanes ni de sus nefastas
consecuencias, y Plinio prefirió estudiar el fenómeno antes que huir con los
demás.
Pirro
de Espiro, apodado Águila por sus soldados y considerado uno de los mejores
generales de su época en el siglo III-IV a.C, murió cuando una anciana le
arrojó una teja a la cabeza, lo que permitió que cayera inconsciente y un
soldado enemigo lo rematara.
Atila,
el rey de los hunos en los siglos IV-V, estaba tan borracho en su noche de
bodas que no se dio cuenta que le sangraba la nariz y amaneció ahogado en su propia
sangre.
Periandro,
tirano corintio del siglo VI conocido como uno de los Siete Sabios Griegos, temía
que sus enemigos acabaran descuartizando su cuerpo una vez muerto, por lo que
elaboró un plan para que no encontrasen su cadáver. Para ello eligió un lugar
apartado del bosque y ordenó a dos de sus soldados que le quitasen la vida y lo
enterraran. Pero a su vez, ordenó a otra pareja de soldados que asesinaran a
los primeros y lo sepultaran un poco más lejos. Y, por si no fuera poco, eligió
a una tercera pareja entre sus tropas para que asesinaran a estos últimos...
Así hasta un número desconocido de asesinatos. No sabemos si quedó alguien con
vida entre sus tropas.
Li
Po, poeta chino del siglo VIII y conocido como el poeta inmortal, escribió
muchos de sus poemas bajo los efectos del alcohol. Se encontraba ebrio cuando
se ahogó en el río Yangt-ze al caerse de un bote. El poeta trataba de abrazar
románticamente el reflejo de la luna en el agua.
François
Vatel, cocinero de Luis XIV en el siglo XVI e inventor de la crema chantilly,
se atravesó el corazón con una espada unas horas antes de que comenzara una
cena para dos mil personas porque no pudo afrontar que el marisco llegara tarde
a su cocina.
George
Plantagenet, duque de Clarence y hermano de reyes ingleses del siglo XV,
conspiró contra su hermano Eduardo IV y fue encarcelado en la Torre de Londres, donde se
inició un juicio de traición y se le dio a elegir la forma de morir. El duque
fue ejecutado privadamente ahogándose dentro de un barril lleno de vino
Malvazia.
Molière,
dramaturgo, actor y humorista francés del siglo XVII, murió sobre el escenario de
un ataque de tos y vestido de amarillo, por lo que desde entonces en el mundo
del espectáculo se dice que salir al escenario con ese color trae mala suerte.
El
rey Adolfo Federico de Suecia, siglo XVIII, falleció a la edad de sesenta y un
años tras cenar langosta, caviar, chucrut, sopa de repollo, ciervo ahumado,
champán y nada menos que catorce postres. Lo raro hubiera sido que hubiese
sobrevivido...
Meux
and Company, una destilería londinenses del siglo XIX, en su afán de construir descomunales
depósitos donde almacenar sus licores, sufrió un accidente a causa de unos aros
oxidados de estos gigantescos barriles. Casi un millón y medio de litros de
cerveza rompieron paredes y causaron la muerte de nueve personas al anegar las
calles colindantes a la fábrica.
Esta
es de mis preferidas... El místico ruso Rasputín, conocido como el Monje Loco y
que vivió en los siglos XIX-XX, fue envenenado con suficiente cianuro como para
matar a diez hombres. Como no le afectó, sus asesinos le dispararon tres veces
con un revólver mientras huía. Uno de los disparos le alcanzó en un hombro, por
lo que sus asesinos pudieron acercarse a él y dispararle en la cabeza. Pero
como Rasputín seguía vivo, decidieron molerlo a palos y, por si las dudas, lo
envolvieron en una alfombra y lo arrojaron al helado río Neva. Aún así, su autopsia
desveló que había muerto por ahogamiento.
Franz
Reichelt, sastre francoaustriaco de los siglos XIX-XX, fabricó un abrigo paracaidas
siguiendo los dibujos de Leonardo Da Vinci, y decidió probar su invento desde
lo alto de la Torre Eiffel.
A la policía le dijo que utilizaría un muñeco, pero en el último momento se
armó de valor y lo probó el mismo, comprobando dramáticamente que su invento no
funcionaba.
El
mago y escapista húngaro Harry Houdini, que vivió en los siglos XIX-XX, murió a
los cincuenta y dos años cuando un estudiante universitario (y estrella local
del boxeo) le retó a recibir unos cuantos golpes en el abdomen para probar su
legendaria resistencia física. Houdini aceptó argumentando que sabía controlar
su cuerpo y que no sentiría dolor. Los golpes le generaron una rotura de
apéndice, que ya tenía inflamado. A pesar de los fuertes dolores y la fiebre,
siguió trabajando los días posteriores. Sufrió dos desmayos en el escenario y
finalmente murió en un hospital a causa de una peritonitis.
El
barcelonés Antonio Gaudí, arquitecto del siglo XX, falleció a los setenta y
tres años al cruzar la Gran Vía de
su ciudad y siendo atropellado por un tranvía que circulaba a una velocidad
ridícula.
Isadora
Duncan, bailarina y coreógrafa estadounidense del siglo XX, murió a los
cincuenta años estrangulada por la larga chalina que llevaba alrededor del cuello.
La bufanda quedó enganchada en la llanta del automóvil en el que viajaba.
Bruce
Lee, maestro de artes marciales y actor chino del siglo XX, murió a los treinta
y dos años tras tomar un analgésico para el dolor de cabeza que le suministró
una amiga. Lee se sumió en una profunda inconsciencia que lo llevó a un estado
de coma del que no regresó. Todavía no se conoce el motivo exacto de su muerte.
En su autopsia se escribió que la causa era
“muerte por desventura”.
Y
aquí se acaba esta curiosa y absurda retahíla. Ya podemos decir que nos hemos
reído un rato de la muerte, ¿o no?
Fuentes:
Tejiendo el Mundo, 20 Minutos y Te interesa saber.
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