miércoles, 6 de agosto de 2014

ARTE CON CHICLE


CIUDAD REAL DIGITAL
Barricada Cultural
21/07/2014
Por Eva Martínez Cabañas





Aunque el arte ha inspirado a muchos a lo largo de la historia, lo cierto es que el chicle no dispone de tanta atención en el mundo reflexivo. Este moderno y superfluo invento edulcorado me lleva a plantearme qué hacer para regalaros una cita, un poema o unas palabras hermosas sobre un tema tan concreto, así que inicio mi búsqueda.

Socialmente, hay quienes consideran este invento rumiador de pésimo gusto. También recuerdo un profesor de matemáticas que aconsejaba cambiar el chicle por caramelos locales para fomentar la economía, ya que aseguraba que gracias a la venta de este producto los americanos habían llegado a la Luna. En fin, las perlas que aprendemos en el colegio... Personalmente creo que el chicle es amigo del aburrimiento.

Nos cuentan los científicos que el hábito de mascar es común en todos los primates, y que proviene de nuestra época lactante, con una evolución psicológica que se traslada al chupete, al dedo pulgar en la boca o incluso al dañino tabaco.

Esta goma de mascar de sabor a menta refrescante, clorofila, fresa, canela, frutas del bosque, sandía, melón, regaliz, plátano, cola, cereza, ácido, hielo polar, lima, o Sabor Misterioso (de la marca norteamericana Hubba Bubba) se nos ha pegado en el pelo produciendo grandes catástrofes, pero también nos ha hecho felices con sus gigantescos globos que explotan en la  cara. Además nos ha enseñado a desafiar la advertencia materna de “no te tragues el chicle que se te pegan las tripas” para descubrir que, aún así, la vida sigue adelante.

El libro de John Emsley “Vanidad, Vitalidad, Virilidad. La química mejora nuestra calidad de vida” nos cuenta numerosas anécdotas sobre esta sustancia. Estas son algunas de ellas:

El arqueólogo sueco Bengt Nordgvist descubrió tres tochos de goma de resina de abedul mascada en el suelo de una choza de la isla Orust, en Suecia, que fueron datadas con una antigüedad de 9000 años. La goma conservaba las impresiones dentales de un adolescente con unos dientes en perfecto estado.

Ya en el año 50 a.C. los filósofos griegos animaban a sus alumnos a masticar resina de entina para fomentar el razonamiento, y Dioscórides, en el siglo I, recomendaba mascar la resina del lentisco por sus presuntas propiedades curativas.

En el siglo XVI los mayas masticaban savia de chicozapote. Su nombre proviene de la palabra náhuatl “tzictli”, ya que en México, América Central y América del Sur tropical se utiliza la savia de un árbol tropical llamado chiclero o Manikara zapota.

Antonio López de Santa Ana, que fue el vendedor de la famosa batalla de El Álamo, ofreció siglos después una tonelada de chicle a un fotógrafo que había conocido en México, de nombre Thomas Adams, quien intentó fabricar neumáticos con este producto. Como no tuvo éxito, tiró la mercancía en el neoyorquino barrio East End. Un día vio a una niña comprar en la droguería parafina para mascar, y recordando el material desechado, lo rescató y mezcló con parafina con la ayuda de su hijo de doce años. El resultado fue un producto mucho más agradable y masticable que lo catapultó al éxito. Hoy en día Adams pertenece al emporio Cadbury Schweppes.

La costumbre de mascar chicle se ha hecho tan habitual en Norteamérica que este país se ha convertido en el mayor consumidor del mundo. Llegó a importar hasta 7.000 toneladas al año de zapote para su elaboración, teniendo en cuenta que es necesario esperar que el árbol tenga veinticinco años de vida para obtener el producto y que solo puede cosecharse una vez cada tres o cuatro años. Así mismo su lugar de origen es la selva, por lo que se hace necesario sortear peligrosas serpientes y un insecto llamado la mosca del chicle, que ataca a los recolectores depositando sus huevos en orejas y narices, donde nacen unas larvas que devoran los tejidos del afectado y provocan serias deformaciones faciales ¡Puaj!

Con el tiempo a la goma de mascar se le añadieron otras resinas tropicales derivadas del isopreno, una corta molécula hidorcarbonada que se polimeriza por exposición al oxígeno o a catalizadores industriales, dando lugar a largas cadenas elásticas y masticables. Después e introdujeron elastómeros sintéticos con nombres como polisobutileno, acetato de polivinilo, laurato de polivinilo o copolímeros de butadieno.

Hoy en día la base del chicle no lleva resina natural y además de la goma base podemos encontrar en ellos edulcorantes, aromas, emulsificantes, humectantes y conservantes, edulcorantes. Uno de los más utilizados es el aspartamo, del cual se ha demostrado que puede perjudicar nuestra salud, aunque también pueden llevar sorbitol, manitol (que se obtiene de la hidrogenación del azúcar de las plantas), acesulfamo (E 950, que es un compuesto químico veinte veces más dulce que el azúcar) o xilitol (azúcar de abedul).

Existen varios experimentos con ratones que sugieren que mascar chicle estimula la memoria, la atención y la concentración, reduce la ansiedad, el estrés, y ayuda a combatir la demencia. Sin embargo, estos fueron desmentidos en 2012 por la Universidad de Cardiff, en Reino Unido. Esta entidad llevó a cabo un estudio cuyos resultados establecieron que mascar chicle deteriora la capacidad de las personas para recordar, en contra de lo que se pensaba hasta el momento.

Y ahora viene la parte más divertida...

Todos sabemos que numerosos consumidores de chicle tienen como costumbre deshacerse de él tirándolo al suelo en vez de a una papelera. ¿Habéis observado el suelo de una tienda de chuches un día de lluvia y desde un sitio elevado? Pues es impactante...

En 2000 en la calle Oxford de Londres se encontraron los restos de más de ¡un cuarto de millón de chicles pegados! Y en Singapur, se prohibió el chicle porque estos impedían el correcto funcionamiento de las puertas deslizantes del metro.

Hoy en día, en Seattle, Estados Unidos, existe la llamada “Gum Wall” o Pared de Chicle que, como podéis imaginar, es un muro donde los ciudadanos van pegando los chicles usados. La costumbre se originó en los años noventa, ya que las personas que asistían a un teatro cercano necesitaban deshacerse de él antes de entrar en la sala de espectáculos. Es una de las paredes de chicles más famosas de Estados Unidos, aunque existen varias más, y se ha convertido en toda una atracción turística.

En el centro de San Luis Obispo, en California, encontramos el Callejón de los Chicles o Bubblegum Alley. Se trata de una calle peatonal con un muro de 70 m. de largo por casi 13 m. de alto donde se pueden observar todo tipo de diseños que van desde flores, corazones, símbolos, letras o rostros que se han realizado con chicle mascado y modelado. Aunque se ha tratado de erradicar la costumbre, lo cierto es que los múltiples intentos no han dado buenos resultado, pero el callejón se ha convertido en un curioso lugar de visita tanto para foráneos como para residentes. Nadie sabe con exactitud cómo empezó la costumbre, pero se cree que pudo haberse iniciado en los años cincuenta, ya que los jóvenes de un colegio cercano solían pegar chicles usados en las paredes durante su fiesta de graduación.

En cuanto a la cita a la que os hacía referencia al principio, difícil... Sin embargo, explorando por galaxias “internestelares” he encontrado una página de sexualidad con un práctico consejo: “Deja una buena impresión en la primera cita. No comas chicle”. Lo doy por bueno.


Fuentes: Taringa! Inteligencia Colectiva, eHow en español, Wikipedia, Scielo, Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, Planeta Curioso.com



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