domingo, 1 de marzo de 2015

MIEDO A LAS COSQUILLAS


CIUDAD REAL DIGITAL
Barricada Cultural
16/02/2015
Por Eva Martínez Cabañas





Sergio es un competidor de acero dispuesto siempre a alcanzar la victoria en el juego. Por eso aprieta los labios, abre mucho los ojos y me mira desafiante concentrándose en el proceso. Le agarro un pie con firmeza. Se trata de un pie pequeñito, con un calcetín de Spiderman que reparte unas patadas de karateca que ya quisiera el mismísimo Lee. Con toda la intención, procedo a hacerle cosquillas. Si se ríe, pierde.

Pero Sergio aguanta, aguanta y aguanta… Entonces me pregunto por la naturaleza de las cosquillas ¿Por qué las tenemos y para qué sirven? Como curiosa profesional, no puedo menos que investigarlo.

Decía William Shakespeare en el Mercader de Venecia: “Si nos pinchan, ¿acaso no sangramos? Si nos hacen cosquillas, ¿acaso no reímos?”.


Nos cuenta nuestra querida y objetada Wikipedia: “Las cosquillas son una sensación que se experimenta en algunas partes del cuerpo cuando son ligeramente tocadas, que consiste en cierta conmoción desagradable que suele provocar involuntariamente la risa. También pueden producirse cuando se efectúa presión en dichas zonas, y especialmente cuando lo realiza otra persona con un vínculo afectivo. Por condicionamiento, también se generan cuando el sujeto cree que va a ser tocado. Son inicialmente placenteras, pero al cabo de cierto tiempo se vuelven desagradables”. Como definición me parece completa, pero sin embargo me sorprende que algo tan sencillo pueda necesitar tantas palabras para poder explicarse. 

Sabemos que constituyen una parte importante del juego y de la seducción, ya que cuando hacemos cosquillas a alguien, este intenta escapar, ríe y procura devolvérnoslas. Además, sabemos que son siete veces más probables con alguien del sexo contrario; en las mujeres son más intensas, sobre todo en la planta del pie, y los hombres las padecen más en los genitales y en el pecho.

La contracción que producen fortalece y relaja los músculos del cuerpo, y además nos provocan placer… al menos al principio. Las zonas donde más las experimentamos son axilas, costados, vientre, rodillas, plantas de los pies y cuello. Se producen desde los primeros meses de vida, y la capacidad de sentirlas disminuye a partir de los cuarenta años.

La ciencia explica el proceso como parte de una programación neurológica que establece vínculos personales. Es una actividad de comunicación innata, y no podemos hacemos cosquillas a nosotros mismos ya que nuestro cerebro anticipa nuestros propios movimientos bloqueando la sensibilidad que provoca el tocamiento. Pero curiosamente, los esquizofrénicos que sufren delirios de pasividad sí pueden hacerse cosquillas a sí mismos. 

Pero ¿por qué al principio resultan placenteras si se realizan con suavidad, y cuando se prolongan o se hacen intensas resultan irritantes y molestas? 

Pues porque en realidad son una reacción de autodefensa del organismo. Posiblemente se trata de un instinto primitivo que obliga a reaccionar al cuerpo a posibles ataques de arañas o escorpiones mortíferos que caminen sobre nuestra piel. También se relacionan con un mecanismo primitivo que implica la sumisión de la persona que las recibe, y que está vinculada a la evolución del hombre y el desarrollo de su autoconciencia. La ciencia siempre encuentra la explicación evolutiva en nuestros orígenes sapiens sapiens…

El doctor Alan Hirsch, de la fundación “Smell & Taste Treatment and Research Foundation”, afirma: “Cuando se hacen cosquillas a alguien, en realidad se estimula las fibras nerviosas amielínicas que causan dolor”.

La universidad alemana de Tubinga también estudió estas reacciones cerebrales. La conclusión a la que llegaron fue que, si no provocasen tanta risa, la persona que las recibe podría reaccionar agresivamente al activarse una actitud defensiva y automática para evitar que el estímulo prosiga.

Es por eso que las cosquillas pueden emplearse como medio de tortura, pudiendo causar espasmos, asfixia o hasta un paro cardiaco si la víctima padece alguna dolencia de corazón.

Los científicos también han estudiado el fenómeno con animales, y como toque de humor recordemos lo que opinaba el poeta y dramaturgo Henrik Ibsen: “Es imperdonable que los científicos torturen a los animales; que hagan sus experimentos con los periodistas y los políticos”. En la primera parte estoy de acuerdo. Parece ser que compartimos la capacidad de tener cosquillas con ratas de laboratorio, primates, perros y algunas aves. 

Emilio Gómez Milán, profesor titular del departamento de Psicología Experimental y Fisiología del Comportamiento de la Universidad de Granada, nos cuenta que para que se produzcan las cosquillas tiene que haber necesariamente una falsa alarma. Esto libera la tensión que provoca el peligro y restablece el equilibrio en nuestra mente. Los desconocidos provocan en nosotros una alarma verdadera, y por eso no sentimos sus cosquillas ni se produce la risa. Es algo parecido a esas situaciones en donde nos partimos de risa cuando alguien se cae en la calle: solo reímos si comprobamos que la persona se encuentra bien.

Y no alargamos más el tema. Aquí finaliza esta mini indagación sobre cosquillas. Espero que les haya servido a la vez que entretenido, pues esa era mi intención.

Una cosa más: “Si la vida no te sonríe, hazle cosquillas”.


Fuentes: Muy Interesante.es, Curiosidades.batanga.com, Wikipedia
Foto: Noticias.terra.es



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